Trabajadores en su laberinto

En ediciones anteriores de Organización Obrera se hizo mención de las condiciones de trabajo de las mujeres, el habitar en los territorios y la problemática de las personas desplazadas

Un capitulo aparte merece la condición de lxs llamadxs “trabajadorxs migrantes”. Veremos que no es muy distinta la situación en Medio Oriente de la que se encarna en estas latitudes. El capitalismo parecería tener las mismas características a las de un experimento científico: capacidad de reproducción en condiciones similares.

Este primero de mayo nos encuentra a lxs trabajadorxs habitando diversos escenarios laborales: desde condiciones de precariedad hasta aquellas de esclavitud. A continuación, se presenta un panorama vinculado a la realidad de lxs trabajadorxs sirios en suelo turco. 

El trabajo como prisión 

En 2017, la Unión Europea (UE) llegó a un acuerdo con Erdogan que decía tener por objetivo proteger a lxs refugiadxs sirios en países como Turquía. El arreglo también significaba, entre otras cuestiones, el ingreso de la Organización Internacional del Trabajo a la escena proveyendo “formación profesional” a 1.300 refugiadxs sirios y cuidadanxs turcxs. 

Turquía tiene una legislación laboral frágil, colocando a lxs trabajadorxs (muchxs de ellxs mujeres y niñxs) en una situación de vulnerabilidad que acrecienta la condición de exclusión como migrantes: no pueden volver a sus comunidades de origen debido a que han perdido lo poco que tenían.  Por sólo citar un ejemplo, en la industria textil turca (una de las principales proveedoras de Europa) el 60% de lxs trabajadorxs no está registradx, ni siquiera bajo contrato. De los 3.7 millones de refugiadxs sirixs en Turquía, un millón trabaja en la industria textil, en la construcción o como peones agrarios. 

Según Salma Houerbi (2019) “la mayoría de los refugiados sirios trabajan para subcontratistas no autorizados y están expuestos a condiciones de trabajo peligrosas e insalubres, directivos explotadores y actos de violencia impulsados por el sexismo y el racismo”. Turquía es uno de los países productores de la llamada “moda rápida”, tipo de manufactura que necesita muchas manos y plazos cortos llevando a la subcontratación de proveedores. Las personas trabajan en condiciones de hacinamiento o en su propio hogar con mecanismos de rutinas, horarios y salarios denigrantes. La búsqueda constante por parte de las grandes marcas de precios baratos favorece los abusos a lxs trabajadorxs en los diferentes eslabones de las cadenas de suministro. “Nuestras entrevistas en profundidad con cinco proveedores turcos de marcas europeas revelan que los acuerdos a corto plazo con los proveedores crean empleos precarizados y un exceso de horas extra, mientras que la demanda de precios baratos provoca una reducción de los salarios de los trabajadores. Los proveedores relataron haber tenido que aceptar plazos imposibles para conseguir los pedidos, y después tener que subcontratar el trabajo con fábricas más pequeñas, exigir un número excesivo de horas extras y emplear a muchos trabajadores ocasionales por periodos cortos”, relata el texto de Hourebi. Hasta el momento no parecen avizorarse soluciones para los extenuantes horarios de trabajo y salarios precarios. 

Según un informe de Human Rights Watch (2014) la situación del trabajo infantil en Turquía es preocupante. Se calcula que alrededor de 3 millones de niñxs sirixs (dentro y fuera de las fronteras de su país) están privadxs de recibir educación. La mayoría de las infancias sirias que habitan en Turquía viven en campos de refugiadxs donde el porcentaje de niñxs en contacto con la educación cae estrepitosamente. Esto se debe no sólo a barreras idiomáticas sino también al acoso escolar y la discriminación por el hecho de ser migrantes. Según un informe de Konrad-Adenauer-Stiftung (2019) aproximadamente 500 niñxs sirios nacen cada día en territorio turco sin que las autoridades de Ankara ni de Damasco les garanticen un documento que acredite identidad.

Según testimonios recuperados en un informe de Business & Human Rights Resource Centre (2019), la fuerza de trabajo siria es la que mantiene viva a la industria textil turca en la actualidad, la tercera industria en proveer ropa a Europa.  

Lxs refugiadxs sirios en Turquía reciben un salario de 1,647 liras por mes (alrededor de 12.600 pesos argentinos) trabajando jornadas agobiantes (12 – 15 horas de trabajo) y en paupérrimas condiciones. Muchos de ellxs ven truncado un futuro de desarrollo técnico o profesional. Industrias como la textil, por ejemplo, traen aparejados riesgos a la salud severos para lxs trabajadorxs (infecciones respiratorias, alergias y en casos severos cáncer). Los riesgos de determinadas labores muchas veces se llevan la vida de las personas. En 2018, por ejemplo, 110 migrantes habían muerto en sus puestos de trabajo. Lxs empleadores turcos prefieren la mano de obra siria debido a la vulnerabilidad en la que se encuentra esa comunidad, facilitando todo tipo de abusos y relaciones de tipo esclavista. Según la AFAD (agencia gubernamental de catástrofes) el 82,5% de los sirios residentes en Turquía vive con menos de 100 euros (12.245 ARS) al mes.

Otro problema que afrontan las personas de nacionalidad siria en Turquía son las opiniones surgidas entre la población turca vinculadas a su presencia en esas tierras. Durante el 2019 hubo deportaciones desde Estambul a Siria y en los últimos meses de crisis económica en Turquía cada vez se oyen más voces exigiendo el retorno de lxs refugiadxs a Siria. Según Civic Media Observatory (2022) “Esta narrativa, que defiende la idea de que el gran número de refugiados sirios acabará sustituyendo a los turcos, existe en todo el espectro político y en los medios. Esta creencia es especialmente frecuente y explícita en los grupos de extrema derecha. El partido de Erdoğan y los medios progubernamentales, por su parte, han usado la narrativa de la «hermandad islámica» para acoger a los refugiados musulmanes de Siria.”

Pero no sólo son opiniones o narrativas. El Observatorio  Sirio de Derechos Humanos denunció la muerte de tres jóvenes de esa nacionalidad cuando la habitación donde descansaban fue intencionalmente incendiada. Los padres de niñxs sirios tampoco están de acuerdo en que éstos forjen amistad con los niñxs turcos, situación que agrava el aislamiento de este grupo social.  Otra preocupación de la población turca es, que cuando el conflicto en Siria llegue finalmente a su fin, lxs refugiadxs no retornen a su territorio de origen. 

La ciudad siria de Al Bab (una de las principales ciudades que linda con Turquía), por ejemplo, se ha convertido en una suerte de protectorado turco: la mayor cantidad de bienes y el principal operador de telefonía móvil están bajo control de Turquía. Un vecino con una economía inestable hace temblar a las personas que habitan en Siria, agudizando su situación vital. Según las Naciones Unidas aproximadamente el 97% de las personas que viven al noroeste de Siria (inclusive la población activa) vive bajo la línea de pobreza. Para familias entreras adquirir insumos básicos como el aceite o el pan se convierte en una cuestión de privilegios.  

Los grupos de refugiadxs operan entonces como variables de ajuste en una Turquía que tiene el 20% de la inflación, devaluación de su moneda y reducción de los tipos de interés. 

Migraciones: ¿nueva vida o el mismo calvario?

Hace más de una década que Siria se encuentra en guerra. Entre los grupos poblacionales más afectados se encuentran las mujeres y las infancias, quiénes al pasar a Turquía también son víctimas de numerosas crueldades que oscilan desde el acoso hasta el trabajo esclavo y la violencia. 

La violencia de género en Siria ha aumentado estrepitosamente ha lo largo de décadas de conflicto. Se calcula que alrededor de 13.4 millones de personas necesitan asistencia para satisfacer una supervivencia básica. Acceder a la educación, a un espacio seguro, a elegir con quién/es compartir su vida parece una utopía para las mujeres sirias. 

Muchas de estas mujeres huyen de las cárceles sirias con la esperanza de encontrar en otro territorio algún tipo de sanación de las cicatrices físicas, psicológicas y emocionales. “Esos dos meses que pasé en la cárcel derrumbaron mi vida. El estigma de haber sido detenida por el Gobierno hace que la sociedad no te perdone. Fue una pesadilla. Me torturaron, abusaron sexualmente de mí, me insultaron y denigraron en las frías celdas de Damasco. Cuando salí, mi marido se había casado con otra mujer y en mi ciudad ya nada era lo mismo porque había estado presa” relata una joven de 26 años en una entrevista realizada por el diario El País. No hay escapatoria, es huir hacia un futuro donde por lo menos no corre riesgo su vida o la de sus hijxs. 

Según estimaciones del Movimiento Internacional por la Conciencia (ICM) alrededor de 13.500 mujeres fueron encarceladas entre los años 2011 – 2019, hasta este año 7.000 seguían presas. 

El movimiento de un territorio a otro y la búsqueda de trabajo hacen a las personas migrantes en general y a mujeres e infancias en particular presxs del oportunismo de quienes proveen a las grandes cadenas comerciales de Europa. 

A veces pensamos que hay poco (o nada) en común con lxs trabajadorxs de esa “gran incógnita” que significa el Medio Oriente ¿por qué tomar el tiempo de escribir estas líneas para esos ajenxs cuando hay tantxs “propios” para ayudar? 

Porque compartimos la misma carne, nuestras heridas se asemejan.

Porque no queremos que un manto de olvido caiga sobre existencias que sienten, trabajan y dan su tracción a sangre a un sistema que nos deja poco (o nada) de aliento.

Porque detrás de cada hiyab, niqab, burka, chador, shayla, al – Amira o khimar se ocultan esos ojos, esas miradas, esas palabras que nos muestran hermanadxs en una construcción justa, libre y autónoma. 

En este primero de mayo, en cada conversación, cada plaza, cada “codo a codo”, pensemos en lxs invisiblxs, esxs que hacen al mundo: después de todo, ellxs también somxs nosotrxs.

ursula
Categoría: Sociedad
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