Pan y Circo

No sólo de pan vive el hombre. Estamos acostumbradxs a reivindicar el derecho al pan, y quizás no tanto a reivindicar el ocio. Es un hecho fehaciente que el uso pernicioso que hacen del espectáculo las empresas y gobiernos es contrario al beneficio popular, pero eso no implica que debamos renunciar al ocio, del mismo modo que  nos negamos firmemente a renunciar al pan.

En tiempos mundialistas la comunicación pública se restringe violentamente a la transmisión de un único espectáculo en pantallas hipertecnológicas. Toda la atención está centrada en un juego de pelota. Sería quizás tentador censurar esta fascinación y acusar a los hombres poderosos que están detrás de las cortinas de montar un circo para embrutecer al pueblo, pero estaríamos olvidando que las pasiones populares no pueden explicarse solamente pensando en el beneficio que producen a los dueños de todo.

Algo parecido ocurrirá dentro de poco, cuando las pantallas sean capturadas por el espectáculo electoralista en el que todo se vuelve infinitamente importante por un rato para resultar absolutamente intrascendente unos instantes después. Pero, a diferencia de las elecciones, el fútbol le importa, de una forma u otra, a muchísima gente.

El fútbol es una pasión popular, le guste a quien le guste y proteste quien proteste. Es parte de la cultura de un pueblo que se divierte y emociona con el espectáculo deportivo, y que llega al punto de movilizar con él identificaciones que pueden llegar incluso a volverse patológicamente violentas. El fútbol es el espacio de la amistad y del odio, de la fiesta familiar y del crimen organizado, del abrazo fraterno y de la rabia intestina más bestial: de esas esperanzas que parecieran por un momento sacar a un pueblo de la crisis y prometerle un mágico momento de victoria. Con el fútbol se odia y se ama, se evocan heroísmos, se lucen miserias y se juega por momentos a todo por nada. Lo único que le falta al fútbol como deporte es la racionalidad, distinción importante para que el festejo no nos haga olvidar que el fútbol es una arena de encuentro político – económica en la que mientras algunxs se divierten, otrxs hacen negocios millonarios y otrxs ambos: se divierten y hacen negocios

Sea como deporte o espectáculo, juzgar al fútbol es cosa de cada quien. Pero cuando un evento se encarna en la cultura popular, y lo hace especialmente en el arcón de las pasiones, la manipulación asoma como una tentación inigualable para quien conduce los destinos políticos y económicos de los pueblos del mundo. Después de todo, y por encima del espectáculo electoral, el fútbol es la institución económico-cultural más extendida del planeta, y tiene la capacidad de poner de acuerdo a todos los estados y todas las empresas del mundo. En esto supera a monarquías y democracias, y a todos los credos de cualquier iglesia. La FIFA acumula regularmente un volumen económico similar al de algunos países, y gestiona un espectáculo popular de dimensión planetaria cuyo nombre se escribe en todos los idiomas. Nada fue nunca tan parecido a una religión universal como el negocio del fútbol.

En este sentido toda la fascinación que se produce cada cuatro años, tanto a favor del fútbol como en contra del fútbol, acaba siendo la misma, y forma parte del mismo ritual. Igual que bailarines psicodélicos orbitando en torno a un fuego, todo el mundo habla y dice en torno a las derivas del juego mundial. Todo un espectáculo. Pero como pasa normalmente con las fiestas, después del arrebato y el bullicio todo vuelve a la normalidad de un mundo que sigue continuando hasta el próximo ritual de un mes, cada cuatro años.

Volverán a construirse estadios y edificios sobre la espalda de los obreros muertos, multiplicarse los turismos lujosamente obscenos ante poblaciones económicamente desamparadas, y volverán a denunciarse las injusticias y contradicciones. Publicaciones a grito pelado sobre lo inmoral de las desigualdades, sobre la fraternidad de las naciones, sobre la irracionalidad que mueve a la pasión, sobre las reglas del juego. ¿Cuál es entonces el circo? ¿El del fútbol mundial o el de la denuncia intrascendente? ¿Cuál es el espectáculo que más nos gusta ver?

Se habló de los obreros muertos en los estadios de Qatar mucho más de lo que se habla cotidianamente de los obreros muertos en cualquier otra obra en cualquier parte del mundo. Es normal que los trabajadores se mueran por causas laborales sin que haya siquiera estadísticas permanentes. Según la OMS mueren aproximadamente dos millones de trabajadores al año a nivel global [1], cifra que se multiplicaría gravemente si se contaran las víctimas del trabajo informal. 

En los países árabes, La institución del Kafala  [2], o patrocinio, es un sistema de esclavitud moderna habitual que se puso en pantalla en torno a la sede qatarí, pero que es tradicional en la región y lo seguirá siendo pasada la indignación mundialista, como de hecho lo son las innumerables prácticas de explotación salvaje que se reproducen regularmente en todo el mundo  [3]. Negocios en el exterior y también en las pampas donde el acceso al agua es una guerra silenciosa y aún oculta para lxs habitantes metropolitanos.

La precarización, la desidia y la desigualdad estructural en la que se trabaja cotidianamente merecen no la indignación lejana de una vez cada cuatro años, sino una reacción permanente y sostenida en cada región del planeta, con espíritu internacionalista y con objetivos suficientemente radicales como para que la rebelión no se convierta en un ritual.

Lo mismo ocurrirá en unos meses cuando las candidaturas se pongan en circulación y todo el mundo cuente los puntos para el armado del fixture hasta llegar al ballotage. La suspensión de la incredulidad hará que por un rato la ilusión de la representación política parezca real, hasta que luego, más temprano que tarde y con la carroza convertida en calabaza, volvamos a la dura realidad de un mundo que depende mucho más de nosotros que del heroísmo de los deportistas y la personalidad de los verdugos.

Horrorizarnos por la utilización política del fútbol es intrascendente porque esa utilización es permanente: con el fútbol y con todo lo demás. Indignarnos con el mercadeo político en la fanfarria electoral es más de lo mismo. Espantarnos por la bestialidad de la concentración de la riqueza a nivel mundial producida a instancias del mundial, es también hacer de lo habitual una excepción. Es la organización y no la indignación la llave que abre la puerta hacia un destino diferente. No por indignarnos cada tanto algo cambiará, y no será a fuerza de denunciar culpables que se acabe la injusticia. 

La edición número 95 de Organización Obrera es una invitación a pensar más allá de la denuncia, explorando modos de organización en lugares remotos, mentiras electoralistas y recursos para la subordinación popular con miras a evitar caer en el conformismo de lxs demandantes para luego volver a más de lo mismo, 

En un territorio con cifras de pobreza de 43.1% (18 millones de habitantes)  [4] queda de manifiesto que la cuestión es estructural y que, por lo tanto, la salida no vendrá del electoralismo vernáculo sino de la organización de lxs trabajadorxs con perspectivas radicales de transformación; organización que garantice los reclamos históricos sin olvidar los urgentes, indispensables para la supervivencia: agua, alimentos, vivienda y territorio. Organización que invite a mirar al sol y avanzar sin temor en la construcción de mundos distintos quitándole al poder sus fundamentos en una búsqueda propia. 

El camino a la transformación es la organización y el activismo que logren abrir una brecha para que no todo lo que ocurra sea más de lo mismo. Lo demás es puro espectáculo.

[3] Entre los diversos negociados que tuvieron lugar durante el mundial se encuentra el contrato multimillonario del capitán de la selección argentina con Arabia Saudita, una dictadura responsable de atroces violaciones a los derechos humanos, entre las que se cuenta su responsabilidad en la crisis de Yemen. Otro dato digno de mención es el alambrado ilegal por parte de empresarios qataríes  en el acceso a las altas cumbres del noroeste de Río Negro. Sitio donde hay cursos de agua muy importantes para la vida en la región (ríos Chubut y Quemquemtreu). 
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