Derecho al bienestar

«¿Podemos negar, finalmente. que en el fondo no tienen nuestros representantes otras ideas, otras tendencias ni otra política que la política, las tendencias y las ideas del gobierno? »
Pierre-Joseph Proudhon  [1]

«Todo hombre tiene derecho, en tanto que la riqueza general lo permita, no sólo a disponer de lo indispensable para la subsistencia, sino también de cuanto constituye el bienestar. Es injusto que un hombre trabaje hasta aniquilar su salud o su vida, mientras otro vive en la abundancia. Es injusto que un ser humano se vea privado del ocio necesario para el desarrollo de sus facultades racionales, en tanto que otro no contribuye con su esfuerzo a la riqueza común. Las facultades de un hombre equivalen a las facultades de otro. La justicia exige que todos contribuyan al acervo común, ya que todos participan del consumo.»
William Godwin  [2]

Suele decirse que un buen espectador suspende voluntariamente su incredulidad en lo que dura un espectáculo. Para que el espectáculo funcione los espectadores debemos poner en suspenso por un rato nuestra capacidad de discernir lo verdadero de lo falso y aceptar la ilusión de que todo lo que nos están mostrando es de alguna manera real. El problema es cuando el espectador es ignorante de su condición y en la incredulidad perdida no queda nada de su propia voluntad. Pero cuando el espectáculo es verdadero, la voluntad del espectador es la primera condición del éxito.

Supongamos que un gobierno engaña al pueblo de la misma forma que un adulto engaña a un niño llevándolo con caramelos. El pueblo es al gobierno lo que el niño es al adulto. Está, literalmente, infantilizado. Asumimos entonces que el pueblo tiene una capacidad reducida a la hora de interpretar las intenciones del gobierno y carece de las herramientas para defenderse de su malicia. El pueblo, que no gobierna, necesita entonces un tutelaje, un cuidado del mismo estilo que el que necesita un niño, alguien que, siendo estructuralmente vulnerable al engaño, no puede defenderse por sí mismo.

Supongamos ahora lo contrario, que ese mismo gobierno engaña a un pueblo que sí tiene recursos para defenderse. ¿Quién es entonces el responsable del engaño? ¿El engañador o el pueblo sólo? ¿Tal vez los dos?

Un buen estafador sabe que la estafa solamente puede prosperar si el estafado es víctima de su propia codicia. El estafador solamente usa, para su propio beneficio, la ambición del estafado. Por eso es que las estafas comienzan siempre prometiendo ventajas inauditas. Aquél que quiera salvarse de una vez y para siempre es el perfecto candidato para caer en engaños. Quizás la única diferencia entre una estafa y un espectáculo es la conciencia con la cual el engaño es consentido, o no lo es.

Juvenal, un poeta latino del primer siglo después de cristo, escribió en una de sus sátiras:  “¿qué es lo que deseamos o tememos con razón? ¿Qué es lo que concibes con tan buenos agüeros que luego no te arrepientes del intento, del deseo cumplimentado?”. En otras palabras, como dice el proverbio: cuidado con lo que deseas que podría serte concedido.

En esa misma sátira, unas líneas más abajo, Juvenal agrega: 

«Desde hace tiempo —exactamente desde que no tenemos a quien vender el voto—, este pueblo ha perdido su interés por la política, y si antes concedía mandos, haces, legiones, en fin todo, ahora deja hacer y sólo desea con avidez dos cosas: pan y juegos en el Circo.» [3]

Éste es el párrafo en el que nace la expresión pan y circo  [4]. En algún momento la expresión comenzó a usarse como una denuncia contra los intentos demagógicos de los gobiernos de distraer al pueblo con la superficialidad del espectáculo y del alimento pasajero. Pero se ve claramente que en el contexto original la expresión es lanzada contra el pueblo y no contra el gobierno. Pan y circo es una expresión peyorativa de un deseo popular que se satisface con la vanidad de los estímulos superficiales y que se prefiere antes que el cuidado de la cosa pública, en el contexto de lo que Juvenal consideraba como una degradación política.

En aquellos tiempos el emperador Tiberio había suspendido los comicios en medio de violentas intrigas de palacio que resultaron en persecuciones y sentencias. En esto radica el hecho de que no hubiera a quién vender el voto. Juvenal protesta contra la chusma que es capaz de cortar la cabeza de quien hubiera sido adorado si tan sólo la suerte hubiera sido distinta.  [5]

Éste es el contexto en el que se inscribe la frase con sentido social y político. El pueblo se fija en superficialidades y se entrega a la vanidad pidiendo pan y circo: el estafador solamente conduce la ambición popular hacia su propio beneficio. Si la suerte es buena, el pueblo acompañará al poderoso. Si la suerte es mala la rebelión podría resultar imparable.

«¿Y qué, las turbas de Remo [6]? Como siempre: van en pos de los afortunados y odian a los condenados», dice Juvenal en el mismo párrafo. La fascinación por la victoria conduce, inexorablemente, a la derrota, porque si hay algo verdaderamente eterno es que la suerte cambia. Así, alabando la gloria del triunfo y linchando al derrotado, nos entregamos a la fascinación de la unanimidad en la vanidad del espectáculo.

¿Y qué reclama el pueblo? Pan y circo. ¿Y qué si no? Alimento y ocio: es mucho más digno que reclamar pan y trabajo. Pedro Kropotkin, uno de los más celebres e influyentes pensadores anarquistas, decía en la conquista del pan:

«El derecho al bienestar es la posibilidad de vivir como seres humanos y de criar a los hijos de forma de hacerlos miembros iguales de una sociedad superior a la nuestra, mientras que el derecho al trabajo es el derecho a continuar siendo siempre un esclavo asalariado, un hombre de labor, gobernado y explotado por los burgueses del mañana. El derecho al bienestar es la revolución social; el derecho al trabajo es, a lo sumo, un presidio industrial.» [7]

De modo que el uso despectivo de la expresión pan y circo, acusando al gobierno de manipular al pueblo con la distracción y el engaño, no es más que una mirada paternalista que imagina un pueblo infantilizado o estúpido que, no pudiendo discernir, acaba aceptando el alimento y el ocio a cambio de la pasividad política. Diría yo más bien que si de veras el pueblo tuviera pan y circo suficientes, media revolución ya estaría hecha.

Si acaso el pueblo fuera, por otra parte, tan fácil de engañar, tan estructuralmente ingenuo, el único acto de justicia posible sería componer una casta dirigente que tuviera la altura moral de bregar por los derechos del pueblo como un buen abogado, como un síndico, como un representante capaz de discernir por él. La emancipación sería, en tal caso, una fantasía, una estrategia satánica para que el pueblo no se dejase gobernar y cayera entonces, víctima de la tentación o del orgullo, en manos de su propia ignorancia.

¿Y cómo es entonces el pueblo? ¿Es estúpido, es ingenuo es infantil? ¿O es, por el contrario, lúcido, avezado, responsable? Lúcidos o estúpidos, infantiles o responsables, lo que indudablemente no somos es inocentes.

Quizás, antes que preguntarnos cómo logran los políticos convencer al pueblo, deberíamos preguntarnos por qué nosotros, el pueblo, preferimos la unanimidad nacional antes que el internacionalismo igualitario, por qué a la hora de tomar posición preferimos arañar un poquito de una gloria prestada y convertirnos en verdugos orgullosos del fracaso ajeno. ¿Qué es acaso la gloria del vencedor si no la imaginaria conquista del Olimpo tan sólo por un rato, la ilusión vanidosa de una virtud que acabará más temprano que tarde en la decadencia y el fracaso?

Pierre-Joseph Proudhon, destacado pensador del siglo XIX, iniciador del anarquismo, escribió en 1864, a instancias del movimiento obrero francés y de sus tensiones ante la representación política, un texto que se llamó La capacidad política de la clase obrera y que fuera publicado luego de su muerte. Iniciando el segundo capítulo decía:

«La cuestión de las candidaturas de obreros, resuelta negativamente por las elecciones de 1863 y 1864, implica la de la capacidad política de los obreros o, para servirme de una expresión más general, del Pueblo. El Pueblo, a quien la revolución de 1848 ha dado la facultad de votar, ¿es o no capaz de ejercer en política?»

¿Qué podría significar ese ejercicio, según Proudhon?

«1° [la capacidad de ] formarse una opinión relativa a su condición, a su porvenir y a sus intereses, sobre las cuestiones que interesan a la colectividad social; 2° [la capacidad de ] emitir en consecuencia un veredicto razonado sobre las mismas cuestiones, sometidas a su arbitraje directo o indirecto; 3° [la capacidad de ] de constituir, finalmente, un centro de acción, expresión de sus ideas, sus miras y sus esperanzas, encargado de procurar la ejecución de sus designios»

Seguidamente, sentenciaba

«Si [es políticamente capaz], es importante que el Pueblo, en la primera ocasión que se le brinde, demuestre esta capacidad.»  [8]

En estos términos la capacidad política implica la capacidad de tomar decisiones sobre el propio destino en el contexto social, la de concebir un proyecto común y la de realizar acciones tendientes a su realización concreta. Semejante materialización no puede obviar la apropiación colectiva de los medios de producción y el desarrollo de mecanismos decisionales que den cuenta de la igualdad que empuja todo esto desde la raíz. A veces se habla de democracia directa para distinguirla de la democracia representativa, pero basta con la palabra anarquía para designar, en su forma y en sus principios, los mecanismos asamblearios y federativos que permitan encarar una organización política que no dependa de la verticalidad, de la delegación, ni de ninguna otra forma de tutelaje.

Si esto es así, la fábula del pan y circo, acusando al estafador de las consecuencias de la estafa, ya no nos sirve para nada. 

El pueblo es una entidad extraña. No tiene definición positiva y únicamente tiene sentido si se lo piensa como aquello que no gobierna, que carece de poder y que no domina el destino de la vida social, pero que la materializa. En éstos términos, pueblo es el nombre de la sociedad despojada de la conducción económica y política. La idea de pueblo es, como la de proletariado, producto de una sociedad quebrada, de una sociedad clasista, y no tendría sentido en una sociedad capaz de abolir esa injusticia estructural. De ahí que los populismos operen como reivindicaciones en el contexto de una sociedad de clases y que sean por lo tanto contrarios a la idea de su abolición.

Cuando Proudhon enlaza hasta la identificación la idea de pueblo con la idea de clase obrera reafirma la perspectiva binaria del socialismo moderno que analiza la sociedad contemporánea en función de dos clases antagónicas que nacen con el capitalismo: la burguesía y el proletariado.

¿Qué puede significar, entonces, que la clase obrera, es decir el pueblo, tenga conciencia de sí misma en la sociedad actual? No se trata, como hubiera querido Proudhon, de un saber acerca de la ley de su propio ser, ni tampoco, como habría pretendido Marx, de la comprensión de su determinación histórica. Se trata más bien de una comprensión de la situación social y de sus propias condiciones en el contexto de un sistema capitalista.

De modo que, sintetizando, podríamos decir con Proudhon que esa capacidad implica un conocimiento de la situación, una idea propia y una acción conducente. Pero ni esa idea ni esa acción están determinadas por tal conocimiento, sino que la clase obrera tendrá, aún considerando las condiciones materiales, tantas diferencias ideológicas en su seno como cualquier otro pedazo de la sociedad [9]. Comprender las condiciones de una sociedad de clases no es suficiente por sí mismo para establecer una fuerza subjetiva que deberíamos llamar voluntad y no conciencia, y que es la condición necesaria para cualquier clase de transformación social.

Con todo esto podemos concluir que la demanda de pan y circo, siendo una demanda genuina y perfectamente legítima, es evasiva pero no por su contenido relacionado al espectáculo, sino por su condición de demanda, esto es, por la legitimación en acto de una posición subordinada de la clase obrera respecto de la conducción política de la sociedad burguesa. No es lo mismo reivindicar el derecho al bienestar que demandar al poder público que lo provea, o aceptar pasivamente un intercambio pernicioso en el que la circunstancial concesión de algo de pan y algo de circo baste para suspender circunstancialmente ya no la incredulidad, sino la propia voluntad, y con ella, la propia capacidad política de la clase obrera.

La lucha de clases es una lucha por el bienestar, no por la subsistencia. Y en el contexto de esa lucha se impone la necesidad de una transformación radical de la estructura económica porque sin ella, sin esa transformación, ninguna conquista dejará jamás de ser parcial y provisoria. Si la demanda por pan y trabajo se transformara en la reivindicación del bienestar y la lucha profunda por una sociedad de libres y de iguales, se estaría dando el gran paso desde la subordinación de clase hacia la emancipación social.Así, pan y circo ya no sería ni una demanda ni una aceptación, sino una conquista. Una conquista legítima y fundamental, efecto de la emancipación de los trabajadores frente a la subordinación que implica el tutelaje político. El horizonte de los trabajadores debe ser el acceso a los bienes materiales y simbólicos, producidos por el esfuerzo común en sociedad, y dispuestos al bienestar común y no al privilegio de una clase sobre otra. Esto es, en definitiva, el verdadero valor del pan y del circo, el sentido profundo de lo que se nombra como derecho al bienestar.

[1] Proudhon, De la capacidad política de las clases obreras (De la capacité politique des classes ouvrières), E. Dentu, librería-editorial, París 1865, p 7. Traducción directa de fascímil digital.
[2] Investigación acerca de la justicia política, Libro VIII, cap. I. Buenos Aires, Americalee, 1945, citado por Julio Godio (compilador) en La destrucción del estado. Antología del pensamiento anarquista, AAVV, 1972
[3] Juvenal & Persio, Sátiras, Biblioteca Gredos. Tomado de la versión ePub de Proyecto Scriptorum.
[4] La expresión original es panem et circenses, literalmente pan y juegos de circo.
[5] El mismo párrafo empieza diciendo: “Si Norcia [diosa del destino] hubiese favorecido al toscano, si algo imprevisto al anciano príncipe [por Tiberio] le hubiera costado la vida, este mismo pueblo y en esta misma hora aclamaría a Seyano como emperador.” Seyano (el toscano en cuestión, y quien fuera una figura destacada del poder romano) fue condenado a muerte por el senado, ahorcado y luego despedazado por una multitud. Los pedazos después fueron lanzados al río.
[6] “Los fundadores de Roma fueron Rómulo y Remo, que en último término fueron bandidos,[…] pero Remo fue mucho peor que su hermano, de manera que con la expresión «las turbas de Remo» se califica al populacho de despreciable”. Nota al pie el propio texto de Biblioteca Gredos
[7] La conquista del pan – 1a ed. Buenos Aires: Libros de Anarres, 2005. p. 40.
[8] De la capacidad política de las clases obreras, p 50.
[9] la existencia de una voluntad capaz de producir efectos nuevos, independientes de las leyes mecánicas de la naturaleza, es un presupuesto necesario para quien sostenga la posibilidad de reformar la sociedad» Emilio López Arango
Hernún
Categoría: Análisis
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