Alguien que dice que ama y defiende la “libertad”, pero no de elección, no de sentimientos, ni de género, ni de ideas sino, más mal que bien, la “libertad” (o más bien, el privilegio) de mercado. La autoridad del Capital, del magnate, el empresario, el CEO, el especulador, el financista, el rentista (no crean nada, no construyen nada, viven del trabajo ajeno y del robo del que sólo tiene su fuerza de trabajo o algún bien para cederlo ante ésta autoridad del valor, en el sentido ficcional o nominal.) El Capital es así garantizado por la fuerza del Estado (el monopolio de la violencia). Por más que los imbéciles autodefinidos “libertarios”, término confuso también utilizado por sectores de la izquierda más gatopardista, utilicen ésta acepción como trasnochados de lujo que son “empleados” o parientes de los buitres de ésa autoridad del Capital, la palabra libertario denota y es sinónimo directo del movimiento obrero anarquista, especialmente en la Región Española con antecedentes en Francia. Lamentablemente ha sido apropiada por liberales a mediados del siglo pasado, más por capricho que por ideología, a diferencia de los anarquistas que han sabido expresarse en un lenguaje de identidad propia. Y por ello, el término, debe de ser disputado y restablecido. El lenguaje es un medio de expresión medular y si cedemos nuestra personalidad, invalidamos lo que queremos hacer y decir. No debilitan al Estado y buscan crear una sociedad alternativa, sin la necesidad de ése aparato históricamente creado por los más poderosos para mantener sus privilegios. Sólo lo desnudan a la esencia de su acción y creación, lo fortalecen como gendarme para vigilar y mantener la represión de las clases productoras o esquilmadas por los dueños de los medios de producción, información y cuanto psicópata quiera su cuota de superioridad (con la defensa de genocidas). Todo lo conseguido hasta ahora, fue al precio de la sangre de innumerables personas y su determinación, no de un aparato político estructurado en la jerarquización de las relaciones sociales. Son un sistema operativo de éste postmodernismo que vende lo viejo, rancio y autoritariamente brutal como algo “bien piola y cool”. Pero nos quiere naturalizar el suicidio y el asesinato de la misma sociedad, la que levantó a lo largo de la historia luchas quijotezcas y hasta con victorias que han sido de una dignidad a prueba de todo tiempo. Quieren éstos liberales extremos, y el resto del arco político más poderoso, empujarnos al vacío, pero no hay ningún vacío, sino más terreno para defenderse y atacar, con uñas y dientes si es necesario a ésta neo casta de parásitos del siglo XXI. La única manera es organizarse sin intermediarios, por los intereses directos, como productores y consumidores que somos de la manera más solidaria posible. Sino, la ideología del individualismo y la violencia como goce, va a terminar de matar a individuos, colectivos y al mismo planeta, que, por lo menos, se revela y es insumiso como todo ser ante una injusticia que debería de actuar.