DERECHO

En tiempos de elecciones la comunicación pública se llena de arribistas que gritan a los cuatro vientos la palabra derecho para conseguir que los votantes se inclinen por ellos. Es propiamente una campaña publicitaria en la que se propone el comercio de una adhesión a cambio de ilusiones que terminan pronto. Cuando la ilusión termina los desilusionados gritan y reclaman los derechos prometidos. Los libros sagrados de la Nación dicen garantizar derechos. Derecho al trabajo, derecho a la vivienda, derecho al ambiente saludable…. ¿Qué significan? ¿Qué decimos cuando hablamos de derechos?

En la Argentina de los últimos 40 años votar es un derecho obligatorio. Votar significa mantener esa red donde “el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes”. Sobradas pruebas tenemos de lo que esto significa: desde la feroz represión que persiste en las provincias de Salta y Jujuy, al avance del modelo extractivista sin licencia social; desde los despidos o el amedrentamiento a trabajadores que buscan organizarse, al silenciamiento a informes técnicos sobre agrotóxicos por parte de organismos oficiales; desde las 11.465.599 personas por debajo de la línea de pobreza a un porvenir distópico para la clase obrera del que forman parte reformas laborales y previsionales ineludibles para la salud de un capitalismo infame.  

En semejante contexto, y especialmente en el curso de un 2023 electoral, hay un término que repica como un tambor: derechos derechos derechos. El cinismo de la clase política ya no puede ocultarse. En sus discursos electorales, cuando no repiten como un mantra la necesidad de defender, recuperar, mantener, ampliar los “derechos conquistados”, reivindican privilegios de clase como si fueran derechos civiles.

Donde hay una necesidad, nace un derecho, se repite desde las alturas. Lxs trabajadorxs sabemos bien que existe un abismo entre la norma en papel y su aplicación cotidiana. De hecho, habitualmente la reivindicación de los derechos resulta ser una trampa.

Entonces ¿qué es el derecho? ¿Es una trampa o una herramienta al servicio de lxs trabajadorxs? ¿Cuál es la distancia entre la letra y su aplicación? ¿Podemos pensar en una existencia sin derechos? ¿Salvaguarda el futuro de clase la existencia de los mismos o son corsés que garantizan la servidumbre voluntaria? ¿Qué es lo que hacemos cuando reivindicamos o cuando reclamamos derechos? 

Indudablemente el derecho tiene alguna relación con la justicia y con la ley, pero es bien sabido también que las leyes suelen ser injustas. ¿Es lo mismo reivindicar un derecho que exigir una ley? Por fuera de toda coyuntura, es necesario que los trabajadores asumamos que los derechos no emanan del Estado, con su parlamento y su sistema judicial, sino de la justicia en la vida social y esto, como bien lo indica la experiencia histórica y actual, excede por completo las virtudes del Estado. Las leyes del Estado solamente sirven para establecer y conservar un estado de cosas, una forma material y simbólica para la vida social, pero jamás para cambiarla. Aquello que los defensores del Estado confunden con ampliación de derechos no es más que la fijación normativa de una presión social para la creación de un orden en la vida común.

De modo que el derecho, sancionado desde las alturas, es la refrendación de los privilegios presentes en la sociedad y la disposición de la “fuerza pública” en su defensa.

Si rastreamos la etimología de la palabra derecho encontramos que deriva del latin derectus y tiene que ver con las facultades o privilegios debidos a la ley, a la tradición, a la naturaleza así como a los preceptos que rigen las relaciones humanas en la comunidad1. Facultades o privilegios del orden social dado. Sin lugar a dudas la sanción de la ley dista bastante del ejercicio de un derecho, si es que acaso el derecho tenga aquella relación con la justicia.

En lo que respecta a la cuestión obrera los derechos que conocemos en la actualidad han partido de reclamos históricos de la clase trabajadora. Esto significa que esos derechos eran anteriores a la rúbrica legal, y explican de hecho esa rúbrica como el efecto insuficiente de aquellas luchas. Y esa insuficiencia se advierte en la dificultad que existe para que se cumplan las leyes en las relaciones laborales. La ley sólo se cumple cuando existe la fuerza de hacerla cumplir.

Los ejemplos anteriores son pinceladas de fenómenos profundos. En ellos se observa un desbalance entre la sanción de una ley, su realidad material y los resultados respecto de los derechos en cuestión. No hay dudas de que la masividad de ciertos reclamos sumada a un ventajismo electoral, ha dado como resultado la incorporación de leyes que pretenden garantizar ciertos derechos, pero como todo lo que se escribe con la mano se borra luego con el codo, la lucha de los  trabajadorxs en la defensa de esos derechos se ha convertido en un trabajo permanente, desgastante y continuo. Es necesario notar que la palabra  se tiñe de significados diversos y distantes según quién la enuncia: para unos el derecho es regulación estatal de la vida entera, para otros el derecho es garantía de preservación de privilegios adquiridos.

Si el derecho tiene alguna relación con la justicia ha de tener alguna relación con la igualdad. Reivindicar un derecho, en este sentido, puede ser una manera de señalar una injusticia y alzar la voz en su contra. Esto es algo muy distinto a reclamarle al Estado una tutela legal que nos garantice “facultades o privilegios”. La igualdad es propia de las relaciones sociales. No es administrable ni puede concederse con la caridad de las instituciones. La única forma de darle sentido al derecho es ligarlo a la transformación de las injusticias en virtud del principio de igualdad. Esa tensión permanente entre el estado actual de la sociedad y su transformación en nombre de la justicia sólo puede llevarse adelante por medio de organizaciones que intervengan materialmente en la transformación de las relaciones sociales y no subordinándose a la normatividad estatal ni postergándose en las ilusiones de la representación política.

La edición n°99 de Organización Obrera busca problematizar aquellos discursos naturalizados, trascendiendo la semántica para convertir la palabra en acción con el objetivo de identificar la senda que necesitamos comenzar a caminar para que una vida mejor no se disuelva en categorías vacías, discursos oportunistas y promesas incumplidas. Para ello será necesario vencer a la apatía, compartir experiencias de organización; revisando aquellas experiencias que han dado un vuelco en nuestra condición de clase para re-confirgurarlas a la luz de un presente cada vez más complejo para lxs trabajadorxs.

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