Huelgas por la dignidad

Las luchas obreras no siempre estuvieron dirigidas a conseguir un mayor salario. Fue, y es, un puntal básico de los reclamos sindicales para que la manutención de los/as obreras sea un tanto menos apremiante. Junto con las exigencias por la reducción de las jornadas de trabajo y mejorar asuntos de salubridad, constituyen los tres ejes más comunes en los reclamos sindicales. 

Sin embargo, a lo largo de la historia una tanda de luchas proletarias se ha emprendido en base a otros problemas. Entre ellos pueden señalarse el reconocimiento de las organizaciones sindicales en formación, el respeto de las categorías laborales y los reclamos en contra de las sanciones disciplinarias y los maltratos físicos.

Las proclamas enarboladas por las y los obreros en más de una ocasión estuvieron atravesadas por reclamos en favor de mayor libertad individual, por oposición a nuevas disposiciones productivas amparadas en un mayor disciplinamiento y por un mayor control de la mano de obra. Todas estas proclamas no fueron menos beligerantes que los reclamos por el aumento de sueldo. Hay un trasfondo interesante en el plantea en torno a qué factores motivan más a que los trabajadores se movilicen, qué los interpela más o cuáles producen mayor indignación. Sobre este punto se puede visualizar un componente que atraviesa un gran número de luchas sindicales desplegadas en torno al concepto de la dignidad.

Es entendible que al referirnos a las conquistas en torno a conceptos tales como “felicidad”, “respeto” y “libertad” se vuelven un tanto ambigua su delimitación, ya que al tratarse de conceptos de amplia interpretación se convierten en materia de debates abiertos, dificultando aunar criterios.

Para que se comprenda mejor el planteo al cual estamos haciendo referencia pasaremos a dar algunos ejemplos históricos:

En abril de 1899 comenzó una huelga entre los cocheros de la ciudad de Buenos Aires. El motivo de la protesta se originó ante la disposición municipal que establecía que los cocheros debían adjuntar un retrato fotográfico al carnet de conducir, y dejar una copia del mismo en la Intendencia. La rematriculación de los vehículos circulantes solo se les otorgaría a quienes hayan presentado su retrato.

La disposición estatal se ubicó en un contexto donde las técnicas de identificación de personas habían logrado importantes avances técnicos, y en una sociedad tan cambiante como la Buenos Aires de fines del siglo XIX, la implementación de esta modalidad para el registro individual resultó atractiva por su supuesta eficiencia. La aplicación de la fotografía como medio para llevar un registro de individuos fue inicialmente utilizada por la policía de la Capital para poder identificar a ladrones y así compartir sus facciones en diferentes dependencias policiales.

El problema fue cuando esta institución quiso aplicar el mismo medio de identificación utilizado para criminales para registrar determinados grupos de trabajadores. En este sentido, los cocheros interpretaron que la solicitud del registro fotográfico constituía una violación a su individualidad, exponiéndolos a la arbitrariedad policial y asumiéndolos como presuntos delincuentes. Es decir, una ofensa dirigida hacia un gremio “que si bien lo constituyen personas modestas, al fin son hombres celosos de su dignidad” [1]. He aquí que aparece el reclamo por un honor mancillado, concepto de gran incidencia en la época. 

Al momento de emprender la protesta los cocheros no estaban organizados gremialmente, sino que constituyeron un sindicato en el transcurso de la contienda. Si bien, el reclamo cobró estado público y abogados como Gori prestaron su ayuda para dar de baja la disposición municipal, la falta de fortaleza previa del sindicato les terminó jugando en contra al momento de sostener el reclamo, derivando en que finalmente pierdan el conflicto.

Fíjese que el contenido del reclamo no radicaba en una cuestión salarial ni en condiciones de trabajo. Lo que estaba en disputa era otra cosa, ligada al control estatal sobre los individuos, sobre sectores obreros que se sentían avasallados por ser emparentados con criminales. 

El recorrido histórico de los retratos fotográficos incluidos en libretas laborales es sumamente interesante, ya que una vez que el Estado logró su cometido con los cocheros, avanzó luego con sobre otros rubros, como los conductores de carros, empleados de hoteles, mozos de café, dependientes de comercio y mayorales de tranvía. Bajo ese mismo impulso controlador, décadas más tarde el Estado buscó implementar una libreta de “buena conducta” entre los conductores de colectivos y los obreros portuarios. Los primeros lo pudieron sortear, no así los segundos, derivando en la imposibilidad de acceder a la zona portuaria a todo aquel que tenga antecedentes policiales, afectando de forma directa a los activistas sindicales que contaban en su haber con varias aprensiones a causa de las luchas gremiales. En todos los puertos del país se luchó por dar de baja la libreta expedida por la Prefectura, pero dado que esta medida fue sancionada en 1931, el clima represivo implementado por la dictadura de Uriburu, y continuado durante el gobierno fraudulento de Justo, el reclamo se fragmentó y no se alcanzó su derogación.

Llegados a este punto, queremos destacar que no fueron sólo las imposiciones policiales, en búsqueda de llevar un registro de la mano de obra, los que generaron reclamos en defensa de la dignidad de los trabajadores. También se encuentran otra batería de casos ligados a la imposición de ciertas formas de conducta, prohibiciones sobre gustos y costumbres que también lograron enervar los ánimos proletarios. 

En este sentido, aunque parezca llamativo, a principios del siglo XX en Argentina se desarrolló una huelga denominada la “Protesta de los bigotes”. Esta protesta involucró al personal gastronómico de bares, restaurantes y hoteles organizados en la Unión Cosmopolita de Mozos y Cocineros. El conflicto se desató en 1903 ante la pretensión de un grupo de patrones de reducir el sueldo de sus empleados y de obligarlos a que se desprendan de sus bigotes. 

Como venimos sosteniendo, el reclamo salarial fue clave, pero la relevancia de la protesta, representada en las manifestaciones públicas de estos trabajadores gastronómicos, se reflejó en torno al reclamo de mantener su independencia estética y el rechazo a una imposición considerada arbitraria sin relación con la efectividad del proceso productivo. Tratándose específicamente del bigote, hay que tener en cuenta que a principios del siglo XX, este representaba todo un símbolo de adultes y virilidad para los hombres de la época. Por tanto, su desaparición vendría a significar lo contrario, la retracción a una etapa de inmadurez, como si fuesen niños indefensos.

La acción mancomunada de los trabajadores del gremio desplegó una vigorosa acción reivindicativa, empleando la huelga y el sabotaje (dejando aparecer restos de pelos en las comidas). Es así como la protesta, además de lograr la anulación de la pretensión patronal de afeitarse el bigote, también consiguió otras importantes reivindicaciones como un aumento salarial y un día de descanso semanal. 

Llegados a este punto, consideramos que los casos históricos anteriormente reseñados ilustran la idea que expresábamos al principio del texto. En este sentido, el concepto de dignidad fue enarbolado de forma reiterada por las organizaciones obreras en aquellas ocasiones que vieron que la prepotencia patronal o estatal iba en contra de las libertades individuales de sus miembros, buscando con ello generar un mayor control y disciplinamiento sobre los proletarios implicados. 

El orgullo colectivo, entendido como la reafirmación de la dignidad de un grupo particular, fue un elemento clave para que diferentes individuos que no se conocían personalmente logren sentir un punto de conexión, y a partir de allí poder entablar una organización en común. Por tanto, el ataque a ese orgullo colectivo, a la dignidad proletaria, fue un puntal clave para la constitución de lazos solidarios, organizativos y de procesos de luchas obreras.

[1] La Vanguardia, Buenos Aires, 25/4/1899.
J.C.
Categoría: Historia
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