Revolución 4.0

Hacia fines del mes de Mayo, el gobierno afirmó, a través del entonces ministro de producción, que el salario real está recuperándose de la pérdida de 20 puntos sufrida en el período 2015-2019. Es mentira. 

Esta estimación la obtienen de cifras que señalan un promedio en la recuperación salarial del sector “formal”. Sin embargo, según cifras del INDEC [1], la caída del salario recién se detuvo en el último mes, acumulando una caída global cercana al 30% desde 2015 a la fecha, según cifras del INDEC. La recuperación que se menciona no es una tendencia, sino un punto en una curva que baja de manera rotunda y permanente.

Esta aparente mejora del salario vendría, según el gobierno, acompañada de una redistribución inversa del ingreso, es decir, achicando la parte del PBI destinada a salarios comparada con la destinada a la renta.  Esta concentración de la riqueza la pretenden explicar como un aumento del margen de ganancia y no como una caída del salario real, lo cual implicaría que en una economía permanentemente crítica, con una pobreza cercana al 50% de la población, los puntos de crecimiento obtenidos de la recuperación postpandemia están siendo capturados por la gente más rica a través de la renta sobre el trabajo ajeno. En un contexto general en el que la caída del salario es estrepitosa se agrega un aumento en la concentración de la riqueza y, por lo tanto, en la desigualdad económica. Esto es, precisamente, expoliación. En nombre de la propiedad del capital, los empresarios aumentan su ganancia y los trabajadores perdemos participación en la riqueza total, al mismo tiempo en que perdemos capacidad de compra como consecuencia de la caída sistemática del salario real.

¿A qué se debe este vertiginoso aumento de la expoliación capitalista? Muchos son, indudablemente, los factores que confluyen en esta ruinosa situación, pero sobresalen dos: la transformación del sistema productivo y la debilidad del movimiento obrero.

Todo el mundo coincide en señalar que la transformación del sistema productivo a causa de la expansión de las tecnologías digitales tuvo un fuerte envión en los últimos dos años, empujada por las cuarentenas y el aislamiento global a causa de  la pandemia. Si algo le faltaba al mercado de trabajo capitalista para destrabar la inercia del fordismo era la universalización de un encierro compulsivo que aceleró la implementación de tecnologías destinadas a maximizar los beneficios productivos del trabajo a distancia. Todas las herramientas de administración virtual, del sector público y privado, y de descentralización laboral avanzaron forzosamente en los últimos dos años y no hay ningún indicio de que vayan a retroceder. Más bien todo lo contrario.

Ésta es la consagración de la llamada “Revolución 4.0”, o cuarta revolución industrial. Se trata ni más ni menos que de la transformación del sistema productivo contemporáneo hacia formas más rentables para quien consiga manotear el beneficio que se obtiene del aumento de la productividad. Este aumento, a su vez, resulta de la implementación de tecnologías más y más eficientes para la producción económica.

En una sociedad que distribuye la riqueza en virtud del derecho de propiedad y que organiza la producción a partir del beneficio privado, el resultado es uno solo: aumento de la concentración económica y precarización de los desposeídos. 

En sus argumentos, el gobierno usa las cifras del sector formal, es decir, del trabajo registrado. Se dice que esas son las cifras más precisas porque se obtienen directamente del sector empresarial en concepto de “precios de la producción”. Por el contrario, las cifras del sector “informal” se obtienen a través de la encuesta permanente de hogares. Estos dos mecanismos ilustran claramente la situación: los precios de la producción son los que el empresariado paga para emplear trabajo humano de forma directa, mientras que las otras formas del salario son evaluadas como registro de la situación social. Sin embargo son dos caras de la misma moneda: es tan cierto que el precio del salario es la supervivencia del obrero como que la retribución del trabajo informal es también un “precio de la producción” en un sistema cada vez más informal y descentralizado.

La Revolución 4.0 engrosa y multiplica el trabajo informal y autónomo. Rompe, hasta cierto punto, el esquema clásico de las cifras de empleo, y es por eso que se avecina una reforma laboral. Toda la matriz productiva y distributiva del sistema capitalista está en crisis, y sabemos muy bien quién paga el precio de cada una de todas estas crisis, cada vez más frecuentes.

Desde el punto de vista gremial, los sectores capaces de negociar una paritaria al 60% son cada vez menos y representan una parte cada vez menor de la clase obrera. Aún así, esa paritaria aparentemente fabulosa se licúa prontamente entre cuotas y bonos frente a una inflación a la que siempre corre detrás. Así, los promedios son ficciones que intentan justificar lo injustificable, destinados a dormir la rebelión en el regazo mullidito de la representación política.

Ante esto el sindicalismo corporativo aplaude a la patronal y al Estado. Se abraza a la causa electoral de facciones políticas que no tienen la mirada puesta en revertir la injusticia estructural de la economía capitalista, sino en atemperar la confrontación social a partir de la conciliación de clases. En estos términos, el desarrollo económico es una ilusión de crecimiento infinito en el que la riqueza se concentra en las pocas manos que conducen la actividad económica y se distribuye políticamente según las preferencias de quienes tengan el control de la clase obrera. El sindicalismo corporativo es cómplice de la patronal y del Estado no solamente cuando acuerda con ellos a espaldas de los trabajadores, sino también cuando persigue el mismo objetivo de consolidar un sistema capitalista en el que tiene asegurado su lugar de cogobierno, de organismo político destinado a controlar a los trabajadores.

Dentro de ese mismo sindicalismo es necesario contar las mal llamadas organizaciones sociales, o movimientos sociales de la economía popular. Estos sectores están soportados por un clientelismo orgánico que apunta a la misma ecuación: agitar las aguas para salvar la pesca. Controlando la movilización venden por migajas la desmovilización, se alquilan como garantes de una paz social funcional a los intereses de las clases dominantes.

Este no es un asunto menor: si se puede contar a las organizaciones de la economía popular como parte del sindicalismo corporativo no es solamente porque confluyan políticamente en los mismos pantanos, sino porque estas organizaciones han venido para quedarse. No intentan resolver el problema sino administrarlo. La Revolución 4.0 tendrá que subsidiar el consumo prescindiendo del trabajo formal.

Así las cosas la gran pregunta es cómo haremos los trabajadores para resistir este avance bestial sobre nuestra economía. ¿Seguiremos debatiéndonos entre obedecer a unos u otros dirigentes políticos, o nos organizaremos en defensa de nuestra propia economía? ¿Seguiremos esperando algo más que la complicidad de las dirigencias sindicales, o tomaremos por nuestras propias manos la dirección del sindicalismo? No es momento para medias tintas ni para titubeos. Cada día que pasa el salario cae, y cada día que pasa nos debilitamos más y más cuando esperamos salvaciones mágicas de parte de dirigencias iluminadas.

La revolución no es un proceso productivo que avanza y multiplica la miseria popular. La revolución es la respuesta de una población organizada y libre contra la bestialidad de los expoliadores y de sus lacayos. 

Es preciso avanzar en la organización obrera para dar respuesta a las nuevas condiciones de trabajo y consumo. Es preciso quebrar las distancias que separan al trabajo formal del informal, al cooperativismo del autónomo, al precarizado del representado. Las condiciones actuales se explican no sólo por la ambición descomunal de una clase expoliadora, sino también por la inercia pasiva de una clase dirigida y obediente. Es momento de que los trabajadores retomemos la senda abierta a finales del siglo XIX atentos a las condiciones del siglo XXI, pero multiplicando la consigna clásica que dice lo que hay que decir: la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos.

Publicado el
Categoría: Editoriales