En esta era de la cuarta revolución industrial, llamada así por la burguesía, escuchar sobre productividad en algunos lugares hace que se ericen los pelos de la nuca porque se entiende que a fin de cuentas habrá reducción de recursos, o sea, mano de obra. Y según el entorno en el cual estemos la misma palabra puede tener connotaciones o acepciones arraigadas, como siempre, en las experiencias de vida propias, o la que nos contaron, y en lo que se haya podido reflexionar al respecto. Y así como sucede con la palabra sindicato, que puede sonar como sinónimo de tantas cosas que no es, la productividad también es una herramienta que nos ha sido arrebatada y transformada en beneficio de pocas manos.
Así, pareciera que la productividad sólo sirve para echar gente a la calle. Sólo para reducir la plantilla de trabajadoras y trabajadores que, de ser posible, luego se contratan esporádicamente y de forma temporal para poder resolver problemas antes no detectados o sólo para aplicar procedimientos estándares realizados por una anterior persona que creía que estaba haciendo carrera o algo así, dejando un legado de miseria en pos de aspiraciones repugnantes.
El miedo y rechazo que hoy puede dar la productividad es consecuencia de la lógica misma donde está inmersa, pero sepamos que es verdaderamente una herramienta que nos puede ayudar a alcanzar el disfrute de la vida, con su respectivo descanso, claro, haciendo el trabajo muy necesario que hasta podría ser de menos de ocho horas al día, y está bien que cada vez podamos hacerlo mejor, sin la frustración de sentirnos en una trampa esclavizante que no deja que encontremos el camino a la libertad plena, esa que se complementa fraternal y responsablemente y que no nos separa poniendo límites, esa libertad que busca la justicia, no la definida por la burguesía. Pero todo indica que la vida a la que aspiramos no será posible en este escenario donde somos esclavas y esclavos de nada más ni nada menos que del salario, entregando nuestro tiempo, esfuerzo, salud, y encima buenas ideas para que alguien trabaje mejor, para que consecuentemente al final seamos una mera colaboración para que haya un puesto de trabajo menos.
Nos hemos perdido en la famosa rueda del hámster donde apenas tenemos tiempo para pensar, organizarnos, y actuar. Donde todo ya está hecho y listo, siempre con alguien o algo ocupándose de organizarnos la vida para que podamos dedicarnos a otra cosa… En un ciclo donde se trata de seguir despojándonos también hasta de nuestra conciencia de clase, a sabiendas de que somos quienes producimos, para alevosamente ir convirtiéndonos en consumidores hechos y derechos, que reclaman principalmente por lo que se merecen como tales en tiempo y forma, apenas reparando en tener un sueldo y condiciones “dignas” para lograr la bacanal vida que muestran por los medios, o tal vez sin nada de eso, pero consumiendo lo que nos presenten acorde a nuestra identidad o aspiraciones, cada vez más alejadas de la producción. Alienación. Alienación en todos lados.
En este momento de la historia contemporánea, la que estamos haciendo, muchas de las nuevas tecnologías, espectaculares hazañas de la creatividad humana entregada al mejor postor, sólo tienen el fin claro de captar a las vastas muchedumbres trabajadoras, esas que hacen el trabajo que nadie quiere hacer, para que sean también disueltas en este consumismo sin sentido y, paradójicamente, convertirlas en principales y exclusivas productoras de datos, que serán -o son- recolectados por nuestros dispositivos (Internet of Things) y que viajarán a las nubes (Cloud Computing) alimentando enormes bases de datos (Big Data) para ser analizados por sistemas de inteligencia artificial (IA) que acompañan todo este camino haciéndonos más fácil la vida gracias a las grandes empresas (Big Tecs) que chupan no sólo sangre sino también ideas depredando para ello los recursos naturales que sean necesarios, para ayudarnos a cada vez ser mejores consumidores, o directamente manipularnos y llevarnos a donde quiera la corriente.
Hoy el Capital se ha apropiado de la productividad para sus fines gananciales, siendo que debería ser nuestra ayuda para encaminarnos a la vida emancipada y equilibrada que deseamos. Pero será una herramienta nuestra cuando logremos esa emancipación, dejando la alienante lógica de trabajar para vivir o vivir para trabajar, tan frustrante. Hay quien puede decir que nada de todo esto es necesario y que deberíamos organizarnos y salir como ludditas a destruirlo todo sistemáticamente en pos de conservar las fuentes de trabajo, pero sepamos que la cuestión de fondo no pasa por allí, dado que aún si todo este desarrollo tecnológico no existiese, el Capital, sabemos bien, utilizará lo que sea que quede a su alcance para tomar ganancia a costa nuestra sin ningún pudor ni piedad. No perdamos de vista que la producción es nuestra y el enemigo sigue siendo el mismo. Somos quienes producen. Y sabemos quiénes se quedan con sus beneficios dejándonos, a lo sumo, migajas para alimentar al mismo monstruo que nos quiere hacer creer que la emancipación pasa por matarse laburando para lograr cierto nivel de vida en el sistema.
Ningún supuesto nuevo paradigma que nos quiera hacer creer el capitalismo ni ninguno de sus argumentos engañosos resistirá ante la organización del pueblo trabajador consciente de estas cosas. Pero nada lograremos si nada hacemos. Necesitamos ponernos en movimiento demostrando que la libre asociación de las y los trabajadores sin representantes de por medio es la base para el cambio radical, para lograr lo que tanto pregonamos. No olvidemos que somos quienes trabajamos y hacemos la producción para el sostén de este sistema nefasto, y somos quienes podemos cambiarlo.