Ilustración de Sara Sanz-Sanz

Lo «esencial» es explotarnos un poco más

Es evidente que las mujeres hemos despertado. Despertar tiene algunas consecuencias hermosas, como recordar los pasitos que nos han traído hasta aquí y creer que podemos juntas convertir el sueño en realidad. Así pasó en las primeras semanas de la pandemia en las que muchas pensamos que, al fin, se iban a reconocer y redistribuir esos trabajos que sostienen la vida y que se veía claramente que eran esenciales. Pensamos que los aplausos se convertirían en vidas dignas. Pero no. El sueño se ha convertido en pesadilla aquí y en el resto del mundo. Pesadilla que revela todas las grietas, injusticias, desigualdades y poderes de este planeta y cómo se ceban en las más vulnerables.

Lo bueno de haber despertado es que ya no podemos dejar de ver todo esto, y, lo más importante: juntas no dejaremos que nadie vuelva nunca a dormir tranquilo sabiendo que esto ocurre: en cada hogar, cada barrio, cada curro y cada sindicato estamos hablando de este gran timo del «trabajo esencial». Pero ¿qué es lo que ocurre? ¿Tiene el Covid consecuencias específicas para las mujeres? ¿Dónde están las mujeres para que esto les afecte más y con peores consecuencias?

La respuesta es un rotundo sí. Cada vez se elaboran más estudios en los que se confirma que las mujeres somos las que más sufrimos las consecuencias de la Covid, en múltiples dimensiones: la social, la económica, la laboral y la sanitaria (implicando la salud física, mental y emocional).

El informe del Instituto de Salud Global de Barcelona nos habla de que las grandes crisis sanitarias suelen afectarnos en mayor medida a mujeres y niñas, como sucedió en el último brote de Ébola en África occidental. Y esto sucede por los dos espacios (productivo y reproductivo) en los que estamos las mujeres: somos las «cuidadoras» dentro del entorno familiar y somos las sanitarias y trabajadoras de atención primaria, por tanto, las trabajadoras más expuestas. Debemos tener en cuenta que a nivel global las mujeres suponemos el 70% de las personas empleadas en el sistema sanitario y en el sistema social. Fuera de este, además, nos encontramos en un mercado laboral segregado, de peor calidad, y precario. Hasta la fecha casi el 76% de las personas contagiadas dentro del sector sanitario somos mujeres.

Esta es una de las primeras causas por las que las mujeres sufriremos en mayor medida con esta pandemia, pero, como siempre, no todo está relacionado con lo más evidente: la exposición al contagio. Existe un gran número de discriminaciones directas (e indirectas) derivadas de una situación de injusticia y opresión que hace que más de la mitad de la humanidad sigamos teniendo que ser consideradas «minoría», lo cual nos acaba definiendo más allá de la gran diversidad que existe (y siempre existirá) entre nosotras [1].

En resumen, los informes que han ido saliendo en diversos medios de comunicación en los últimos meses, y a los que iremos aludiendo a lo largo de este texto, hablan de consecuencias para las mujeres de esta crisis en el aspecto sanitario (la salud materna y la salud sexual empeoran debido al cambio de atención de prioridades en los centros médicos y las mujeres, al representar una gran parte del personal sanitario y sociosanitario, nos exponemos en mayor medida al virus), en el aspecto laboral (ya que el empleo femenino es más precario al ser más «informal» y con menores regulaciones y derechos efectivos), en el aspecto sociolaboral (tenemos una exposición alta porque seguimos ocupándonos mayoritariamente [2] de los llamados «cuidados», teniendo que relacionarnos con las personas que cuidamos de manera estrecha y siendo la llamada «conciliación laboral» prácticamente imposible en los momentos de confinamiento) y en aspectos como la violencia machista o el abuso a menores, ya que los confinamientos hacen que la convivencia con el agresor sea mayor y las mujeres y niñas quedemos más expuestas. Por último, existen consecuencias indirectas derivadas de una menor posibilidad de socializar, como son el menor acceso a información fiable, la menor posibilidad de participación política (en el mundo seguimos siendo las personas menos alfabetizadas) o el aumento de la soledad no deseada de las mujeres mayores al desaparecer espacios de sociabilidad fundamentales (el 62% de las personas del mundo mayores de ochenta años somos mujeres). Además, existen consecuencias educativas indirectas (mayor abandono temprano de la escuela por parte de niñas y jóvenes). También es importante la llamada «brecha digital», que nos afecta en mayor medida a mujeres que a varones, y que deriva en una menor empleabilidad, posibilidad de acceso a información o participación, ya que gran parte de esta es «online» debido a la necesidad de reducir los contactos.

Esta crisis se convierte así en una oportunidad de despertar de nuevo y observar tanto dónde estamos las mujeres como qué estamos haciendo ahí y cómo esto nos coloca en un lugar de mayor dificultad para afrontar la propia crisis. Las mujeres ya estábamos en estos trabajos precarizados, ya estábamos cuidando, ya nos informábamos (en la mayor parte del mundo) a través de redes informales, ya sufríamos violencia machista y ya veíamos imposible «conciliar» en las condiciones de este mercado laboral. Lo que ha sucedido es que algunos de los «parches» que utilizábamos gracias a diferentes redes de apoyo mutuo formales e informales no sirven en esta situación (escuelas cerradas, abuelos y abuelas que no pueden exponerse, por ejemplo) y se evidencia aún más la injusticia. Se evidencia aún más que es muy rentable que esta situación no cambie. Es muy rentable que seamos «esenciales», pero que sigamos explotadas. Porque lo que es rentable es la explotación, que nuestro trabajo sea gratuito o muy barato.

El informe aludido al comienzo (IS Global) alerta de que todas estas consecuencias tendrán secuelas a largo plazo resumiéndolo en que, aunque la tasa de mortalidad del virus es mayor en hombres el impacto económico y social es mayor en las mujeres. Los confinamientos y restricciones hacen que las «cargas» (también mentales) aumenten y que el autocuidado disminuya entre nosotras, pudiendo llevar a problemas importantes de salud mental.

Respecto a las consecuencias psicológicas, tomamos la información y las conclusiones extraídas en el informe “Las consecuencias psicológicas de la COVID-19 y el confinamiento”, realizado por la Universidad del País Vasco y en el que han colaborado investigadores e investigadoras de otras cinco universidades estatales. 

Este estudio concluye que, si bien el malestar psicológico ha aumentado en todos los grupos considerados, éste ha sido significativamente mayor en las mujeres.

Con relación a la dimensión de estabilidad emocional, hay un aumento de sentimientos depresivos (un 48% de mujeres frente al 36% de los hombres), de sentimientos pesimistas o de desesperanza, de ideas autolíticas, de sentimiento de soledad y de culpa, de irritabilidad y enfado; incremento de los cambios de humor; así como una disminución de los sentimientos de confianza, optimismo, vitalidad y energía.

Atendiéndose a la dimensión ansiedad/miedo, el estudio revela que las mujeres nos encontramos entre los grupos que más sensación de inseguridad, incertidumbre e intranquilidad presentamos desde que se inició la crisis sanitaria; mayor dificultad para concentrarse, y mayor incremento en los ataques de angustia y ansiedad.

Las mujeres también presentamos un mayor empeoramiento en la dimensión relacionada con síntomas físicos que pueden acompañar a emociones disfóricas como la ansiedad, ira y depresión, y también respecto de nuevos diagnósticos de enfermedad física o agravamiento de la sintomatología de las ya existentes.

Respecto al tiempo dedicado al descanso, el estudio también refleja diferencias relevantes: si el 46% hombres afirmaban tener problemas para conciliar el sueño, el porcentaje de mujeres que sufrían insomnio crecía hasta el 59% de las encuestadas.

En cuanto a la violencia, la tensión intrafamiliar aumenta por el deterioro económico, menor contacto con las amigas y personas externas, y por la convivencia estrecha con el agresor. Durante el «estado de alarma» todos los países registraron un fuerte aumento de peticiones de asistencia. El aislamiento ha aumentado la violencia hacia nosotras.

Si nos centramos en lo sucedido en España los sectores económicos dedicados a los servicios, mayoritarios, son los más feminizados y precarizados (comercio, turismo y hostelería) y han sido algunos de los más afectados con la crisis del Coronavirus. Existe una elevada tasa de temporalidad, se depende excesivamente del turismo, y la tasa de empleo de mujeres es muy inferior a la media europea (11,7%). Estas son características que ya sabíamos, pero que nos afectan más a las mujeres.

La fuerte estacionalidad nos deja a las trabajadoras con mucha exposición al despido si las «temporadas» no son como los empresarios esperan debido a la situación sanitaria. Las mujeres que somos empleadas en estos sectores tenemos grandes dificultades para cambiar de sector, ya sea por nuestra juventud o por ser migrantes. La baja empleabilidad está relacionada con las dificultades para mantener un empleo y al mismo tiempo el trabajo necesario para que este sea posible (sí, eso que llamamos «cuidados»). La mayor parte de las mujeres necesitamos reducir nuestra jornada para poder llevarlo a cabo.

En cuanto al sector sanitario las cifras según el Instituto de la Mujer merecen la pena ser reseñadas: en enfermería un 84% somos mujeres, en farmacia un 72%, en psicología un 82% y en las residencias trabajamos un 84% de mujeres. Solo en medicina la paridad es mayor, con un 51% de mujeres y un 49% de hombres. Los estudios de seroprevalencia del Instituto Carlos III de diciembre de 2020 muestran que las cifras más altas de contagio suceden en el sector sanitario (16%), pero también en las mujeres que cuidamos a personas dependientes en los domicilios (16,3%) ¿A quiénes aplaudíamos en nuestros balcones? ¿Les poníamos rostro de mujer?

Otras profesiones fundamentales para que la sanidad pueda funcionar son las relacionadas con la limpieza y con el comercio en tiendas alimenticias (no creo que no comer y no limpiar ayude mucho a tener una buena salud). Son profesiones imprescindibles y claramente feminizadas. Las llamadas «trabajadoras del hogar» tenemos una situación sangrante debido a que existe el llamado «despido por desistimiento [3]», no estamos incluidas en el Régimen General de la Seguridad Social, no se nos reconoce la prestación por desempleo y tenemos una alta exposición al contagio. Como medida excepcional se reconoció el 70% del subsidio, pero, además de insuficiente, debemos tener en cuenta que la mayoría sobrevivimos dentro de la economía informal. Además, muchas de las llamadas «internas» no podíamos volver a nuestras propias casas. En cuanto a las que no somos internas, en muchos barrios hemos visto cómo cuidábamos hijos e hijas ajenas y al regresar no podíamos ir al parque con los propios.  De nuevo creemos que debemos replantearnos en quién y cómo estamos delegando los «cuidados». Éste debería ser un elemento clave en un feminismo antirracista y de clase. ¿Aplaudíamos a las empleadas del hogar?

Si lo vemos en cifras globales (Informe Guterres) el 80% de las mujeres en Asia, el 74% de África y el 54% en América Latina y El Caribe no tienen acceso a la protección social por no estar integradas en la participación formal en la fuerza de trabajo. Si despertamos vemos que las mujeres siempre hemos trabajado, otra cosa es que este sea reconocido. Otra cosa es que no sea rentable que lo «esencial» sea bien remunerado, repetimos.

En el sector agrícola (que supongo que también hace falta para que la comida llegue al plato) otro de los sectores profundamente afectados y precarizados son las llamadas «temporeras», siendo el desplazamiento imposible con el cierre de fronteras. Si miramos los sectores laborales con mayor presencia femenina en el Estado español solo la educación y la sanidad se mantienen estables [4] (a pesar del riesgo de contagio).

En el aspecto de la «conciliación», trabajo reproductivo y crianza no podemos olvidar que 8 de cada 10 familias monoparentales están encabezadas por mujeres. Muchas de ellas somos las más expuestas a la «brecha digital», por lo que no podemos encontrar un nuevo empleo y no podemos dejar de ir a trabajar (salario diario, empleo informal) siendo el aporte económico de la mujer el único de la unidad familiar. Este aspecto no debe ser nunca ignorado.

Las consecuencias a nivel laboral son enormes, pero no debiéramos quedarnos en ellas puesto que luchamos por una «vida digna de ser vivida». El informe Guterres de la ONU alerta de que la reasignación de recursos en los sistemas sanitarios hace que las mujeres no podamos acceder a servicios de salud sexual y reproductiva (preparto, parto, posparto, enfermedades de la mujer, métodos anticonceptivos…).

Las recientes luchas en Argentina, y en Polonia, en estos momentos, nos demuestran que estos derechos (si son efectivos) son fundamentales para la libertad de elección, la salud de las mujeres y niñas, y para que podamos vivir una sexualidad libre y sana. El hecho de que estemos afrontando una pandemia no debe hacernos olvidar otros aspectos sanitarios fundamentales relacionados con derechos conseguidos tras mucha lucha por ese sueño común que tenemos.

Afirma Mari Luz Esteban que «cuanto más cuidamos, más pobres somos». Esto quiere decir que la actual concepción del propio «trabajo» debe cambiar. El Covid nos lo ha demostrado, lo que hacemos las cuidadoras es esencial para que la vida siga adelante. Estamos de acuerdo, pero ¿estamos de acuerdo con luchar por las consecuencias que esto tiene? ¿Vamos a esperar a que venga otra crisis para reconocer, redistribuir y practicar la reciprocidad en todos estos trabajos esenciales? ¿Vamos a luchar porque los derechos laborales de estos sectores sean efectivos?

Ser esenciales debería librarnos de la explotación, de la violencia que mantiene este sistema injusto y de los obstáculos que tenemos que superar día a día para sobrevivir.

No podemos conformarnos con «parches», no podemos esperar a otra crisis. Puede que algunas sobrevivamos, pero muchas se quedarían por el camino.

Referencias

Bibliografía

– Informe Guterres sobre el impacto de COVID-19 en las mujeres. ONU, 2020. [Online]

– Informe del Instituto de la Mujer. «La perspectiva de género, esencial en la respuesta a la Covid 19». Ministerio de Igualdad, 2020 [PDF Online]

–  Informe del Instituto de Salud Global de Barcelona. «¿Qué sabemos del impacto de género en la pandemia de la Covid 19?» [Online]

–  Informe “Las consecuencias psicológicas de la COVID-19 y el confinamiento”, Universidad del País Vasco. [PDF Online]

– Estudio de seroprevalencia del Instituto Carlos III de 15 diciembre de 2020 [PDF Online]

[1] Y que hace, por supuesto, que a estas opresiones se sumen otras relacionadas principalmente con la clase, nuestro lugar en la estructura productiva, y con la raza, es decir, nuestro lugar en la división internacional del trabajo y en el reconocimiento e importancia otorgada a nuestro modo de ver el mundo respecto al modelo etnocéntrico occidental. Esto nos empuja a migrar y a realizar de nuevo algunos de los trabajos más esenciales y con mayor nivel de precariedad que existen, como el llamado empleo doméstico.
[2]  A nivel mundial las mujeres dedican 4,1 horas al día a los cuidados y los hombres 1,7. Informe Guterres sobre el impacto de COVID-19 en las mujeres. ONU, 2020.
[3] Sucede cuando el empleador, por voluntad propia y sin alegar otras causas adicionales, da por finalizado el contrato, sin tener la obligatoriedad de justificarlo.
[4] Informe del Instituto de la Mujer. «La perspectiva de género, esencial en la respuesta a la Covid 19». Ministerio de Igualdad.
Grupo Feminismos - Regional Norte (ICL – CIT)
Categoría: Internacional
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