Que se vayan todos

En 1901 el congreso de fundación de la Federación Obrera Argentina, renombrada  como Federación Obrera Regional Argentina (FORA) en su cuarto congreso (1904),  estableció que su periódico de propaganda sería La Organización Obrera. Así nacía,  con su primer número del 1 agosto de ese año, el periódico que usted está leyendo  ahora. 

En aquellos años los medios de propaganda se multiplicaban en forma de periódicos  y folletos impresos en papel, a veces incluso en italiano o alemán. La necesidad de organización siempre viene acompañada de la necesidad de comunicación, y la propagación de ideas para la organización de la clase obrera ha sido urgente en  aquellos años fundacionales como lo sigue siendo ahora, 120 años después. 

Desde su fundación el periódico atravesó todas las vicisitudes del movimiento obrero  y fue transformándose y adaptándose a las distintas circunstancias de la misma organización, resurgiendo de sus propias cenizas más de una vez. Así fue la última vez, cuando en 2002 el periódico retoma su función histórica de convocar a les  trabajadores a la organización obrera para enfrentar los embates de un sistema  económico estructuralmente injusto. Hoy, a 120 años de su fundación y a casi 20 años de  su último renacimiento, Organización Obrera, el periódico de la FORA, se renueva en su forma para persistir en su función: éste es el primer número en formato digital  para ser leído en cualquier dispositivo o para descargarse en formato ePub o Pdf. 

Cuando Organización Obrera retomó su marcha en 2002, sin teléfonos móviles y  sin acceso masivo a la internet, los medios de comunicación estaban en la prehistoria  de lo que conocemos hoy. Eran esos los últimos tiempos del marasmo que durante los años 90 del siglo pasado aplastó a casi toda la sociedad de la región bajo el  imperio de una resignación apabullante. El mercado se afincó en la cultura de una  población que resignó cualquier idea de justicia detrás de las leyes del beneficio y de la tentación de salvación individual configurada con la imagen del éxito y del consumo. Una aparente solución con visos de magia había logrado detener la  inflación durante casi diez años y la moneda local, fortalecida por ley, aparentó habilitar un acceso soñado a los bienes del primer mundo. 

Pero a fines de esa década y sobre el cambio de milenio los costos económicos y  sociales de aquella fantasía ya se habían consolidado en la forma de una pobreza estructural y una desocupación generalizada. Nunca antes se había visto una ausencia tan profunda de dinero circulante y de trabajo. Las cuasimonedas  provinciales salieron a tapar los agujeros que el Estado mismo había producido con la  ley de convertibilidad que impedía la emisión monetaria para hacer de cuenta que el  peso gozaba del respaldo del dólar. El crecimiento económico de la década, contado en el aumento del Producto Bruto Interno, fue desconectado de la producción de  riqueza, y fue concentrado de tal manera que la mayor parte de la población la vio pasar y quedó herrumbrado y descartable.

En diciembre de 2001 algo detonó y por una vez la pasividad a la que nos habíamos  acostumbrado se quebró en un estallido social de tal intensidad que la onda  expansiva se siente todavía. Nada de todo lo que ocurrió después, en estos 20 años,  puede comprenderse medianamente bien sin dar cuenta de aquél acontecimiento con  el que nos abrimos al siglo XXI. De aquellos años vienen los “movimientos sociales”,  la “economía popular” y la reconfiguración de las organizaciones políticas y sindicales para hacer frente a la diáspora que dejó sin contenido las viejas estructuras de representación. Los partidos políticos estallaron en nuevos conglomerados de la infamia que al modo de coaliciones y de frentes intentan capturar la ilusión popular de ser salvades por les administradores de la expoliación. Por un momento las asambleas populares, las empresas recuperadas, los centros culturales y los  emprendimientos territoriales movilizaron la iniciativa popular en contra de la ilusión electoral. Pero ha sido más fuerte la capacidad de restauración institucional que trajo la falsa dualidad populismo-neoliberalismo para encerrarnos de nuevo en un juego  que nunca ha sido el nuestro. Eso y la incesante represión con la que todos los  gobiernos desde entonces combatieron cualquier disidencia en el contexto general  de una disputa por la distribución del ingreso. 

Fue en aquél contexto que la actividad de la FORA se fue recuperando, y fue signo de aquél renacimiento la reaparición en las calles del Organización Obrera. La FORA, como siempre, vuelve a convocar a la acción directa en la forma de la organización libre de les trabajadores. 

Hoy la situación es parecida y diferente a la vez, según como se mire. Enfrentamos  una crisis económica similar, pero con ciertos atenuantes que impiden que se note la  profundidad real del problema. La ausencia de la convertibilidad, que permite la emisión monetaria, mantiene la ilusión de la existencia de un dinero que no deja de depreciarse, y con ello la caída permanente del salario real empuja a la pobreza a la mitad de la población de la región Argentina, cifra similar a la de 20 años atrás. La desocupación es, incluso, superior, y una precarización en pleno auge ofrece muy malas expectativas para el futuro próximo. La asistencia estatal de la pobreza, que  desde aquellos tiempos llegó para quedarse, pretende esconder la desigualdad económica detrás de un consumo por mucho inferior al necesario, al tiempo que  complica las cuentas de un Estado quebrado que no hace más que pegar manotazos  de ahogado para salvar las papas de una economía colapsada. 

La situación en la región no es única ni del todo diferente a la de un mundo ligado por un sistema económico que se llama capitalismo. Actualmente no hay un sólo rincón del planeta en el que no rija con la naturalidad de un soberano indiscutido. Aún en Cuba, donde rige un sistema que llaman comunismo pero que en verdad es un capitalismo de Estado que está en vías de extinción y que dará lugar, posiblemente, a nuevas formas de amistad entre el mercado libre y el Estado interventor. El partido comunista chino es actualmente el principal defensor de la desregulación del comercio internacional y en su enfrentamiento global contra Estados Unidos recupera lo peor de aquella famosa guerra fría que fue de todo menos fría: fue la guerra entre dos potencias mundiales trasladada a las periferias del mundo.

En este contexto la situación social está siempre al borde del estallido. E incluso a veces estalla, como vimos hace poquito en Chile, en Colombia o en Cuba. Y si bien las movilizaciones en Cuba no han tenido ni la dimensión ni el alcance que sí tuvieron en Chile y en Colombia, el sólo hecho de realizarse una marcha antagonista al régimen en la isla tiene un peso simbólico y político que no debería menospreciarse. Esta situación internacional, atravesada por una desigualdad económica bestial que se expresa en la mayor concentración económica que se haya visto en la faz de la  tierra, donde una pobreza medieval convive con niveles de riqueza nunca vistos en la  historia, y que promete desandar las conquistas obtenidas por la lucha obrera, parece prometer también la rebelión. 

Sin embargo las reacciones populares de los últimos años no parecen mostrar la potencia transformadora que la situación demanda. Esto se debe a múltiples razones que seguramente iremos analizando en los sucesivos números de éste periódico. Pero, en todos los casos, se observa que tristemente la situación social del mundo en la tercera década del siglo XXI nos muestra las consecuencias fatales de la ausencia de organización. 

Actualmente los sindicatos se han convertido en órganos de gobierno de la clase obrera para ajustar los requerimientos del sistema productivo según los cánones de una técnica económica al beneficio de la acumulación. Cuando la reivindicación de los intereses de les trabajadores se convierte en un recurso para la conciliación de clases las condiciones de la expoliación no solamente no se desarman sino que se consolidan. Y no es asunto exclusivamente de las burocracias que conducen a los sindicatos sino de la matriz misma del sistema sindical que está compuesto al uso de las patronales y el Estado. 

En tiempos de fragmentación y de resignación, cuando se impone la idea de que es más posible destruir el mundo que cambiarlo, se vuelve urgente volver a hablar de  justicia, animarse a transformar aquello que se muestra eterno sin serlo, y bregar por un profundo cambio del entramado social cuyo sistema económico es injusto por donde se lo mire. El capitalismo condena a les trabajadores a subordinarse a las técnicas de la producción y distribución de riqueza que imponen les dueñes del capital para su propio beneficio. Es un sistema que reserva para les trabajadores la menor parte del beneficio a cambio de la mayor parte del esfuerzo, y que le ofrece palos a cambio de obediencia. Y esto es posible porque les trabajadores seguimos alienados por un individualismo de intereses sectoriales y subordinación política, lo cual nos deja siempre en la intemperie de la urgencia cotidiana y poniendo el cuerpo a las batallas de otra gente. 

Hay una herramienta histórica para enfrentar semejante situación y está en nosotros  retomarla para volverla cada vez más efectiva y eficiente. Y es para eso que por este  medio nosotros, desde la FORA, convocamos nuevamente y sin parar a la Organización Obrera.

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