Ingreso básico universal: la resignación capitalista

-Entonces, serían necesarias medidas como el ingreso básico universal…
-Sí, por dos motivos. Primero, por una cuestión puramente moral, para que la inequidad no aumente de manera desproporcionada, pero también, hay otra razón, y es que para que la rueda del mercado capitalista siga funcionando, hay que transferir parte de ese ingreso extraordinario del dueño de la tecnología hacia los trabajadores.
Eduardo Levy Yeyati,  entrevistado en Infobae [1] el 17 de Febrero de 2018 

Cuando se recorre un territorio desconocido hay que llevar la cuenta de los pasos, trazar la dirección y avanzar sin distracciones. Levantar la cabeza de vez en cuando y cotejar, para luego corregir o retomar el camino. Mientras tanto, siempre es importante reconocer el terreno por el que se anda.

En el aquí y ahora, en medio de una vorágine de inestabilidades políticas y económicas, con una retracción histórica del salario y una precarización vertiginosa de las condiciones de trabajo, las discusiones de fondo y las perspectivas de largo plazo parecieran ser inadecuadas. Sin embrago, son más urgentes que nunca. Es precisamente en momentos así donde se advierte que la injusticia sistémica de una sociedad capitalista y las condiciones políticas del estado, son el problema verdadero: cuanto más demoremos en tomar el toro por las astas más largo será el padecimiento y más profundo el malestar.

No sería sensato atender la situación local como si estuviera desconectada de la historia del capitalismo. No es una situación excepcional, sino parte de la propia evolución de un sistema económico que no concibe la dimensión social del beneficio sino como un subproducto del beneficio individual. Al mismo tiempo, y en medio del delirio de discursos surrealistas que brotan de la política y de la prensa, retornan palabras algo oxidadas, como comunismo, liberalismo, o discusiones acerca del Estado y de la mismísima anarquía, esa palabra tan amada por los carcamanes del poder político para asustar a la clase media y llamarla a la resignación pasiva, decorada con la clásica elegancia de la represión social. Sin embargo, esa palabra, anarquía, aparece también reivindicada como si fuera una utopía capitalista, en un paso remanido de manipulación simbólica.

Claramente la confusión de río revuelto, en la que cualquier cosa puede ser dicha y las palabras ya no significan casi nada, acaba siendo funcional al desquicio del que se nutren los conservadores de siempre, los Gatopardos que hablan de revolución para “cambiar todo sin que nada cambie”. El debate acerca del Ingreso Básico Universal [2] es un ejemplo claro de todo esto.

Uno de los objetivos del sistema productivo capitalista ha sido siempre la utilización plena de los factores de la producción. En la mitología ortodoxa liberal, ese sería un punto de equilibrio al cual tiende el mercado, si se lo deja operar libremente. El mercado, en ese contexto, aparece como una entidad que tiene su propia naturaleza, como si se tratara por momentos de una entidad consciente (cuando se dice que “el mercado opina, teme o reacciona”) y por otros de una entidad física (la que “tiende al equilibrio”).

Entre las particularidades que trajo el modelo de Keynes a la teoría económica del capitalismo una es la afirmación de que puede haber un punto de equilibrio sin la utilización plena de los factores de producción. Ese punto de equilibrio, en tácita analogía con la física, sería el punto en el que las fuerzas convergentes se anulan unas con otras llevando al sistema a un cierto reposo. Para que los factores, entonces, se utilicen por completo, es decir, para que haya “pleno empleo” de los factores de producción, es preciso que intervenga el Estado compensando las fuerzas del mercado.

Esta discusión ya parece haberse zanjado hace mucho tiempo más de lo que podría creerse. La necesidad de un Ingreso Básico Universal expresa una cierta resignación ante el hecho de que gran parte de la población se ha vuelto prescindible desde el punto de vista productivo, y solamente es necesaria desde el consumo. Ya no se trata simplemente de un ejército de reserva, gente empobrecida como amenaza para otra gente menos pobre, para que acepte las malas condiciones de trabajo que se le ofrecen. Ahora se trata de un sector de la sociedad que necesitará asistencia del Estado de manera permanente.

Ese debate, acerca de la pertinencia o no de un Ingreso Básico Universal, la forma de implementarlo, etc., está repleto de trampas y múltiples intenciones. Para enlodar la cancha, en la comunicación pública se recurre a amenazas estridentes y acusaciones cruzadas en las que nadie se priva de usar apelativos como comunista o neoliberal, con lo que avanza un griterío sordo y se deja ver que nada es lo que se dice.

Comedia, drama, películas de Argentina

Milei, psicópata sobreadaptado devenido en performer del espectáculo electoralista, supo acusar en otros tiempos a Macri, un típico exponente de la burguesía prebendaria argentina, de socialista. A ese mismo Macri con el que luego filtreó y que es atacado como neoliberal por el universo nac & pop del espectro kirchnerista. A ese espectro, desde las filas del Pro, se lo acusa de comunista, mientras que Cristina Kirchner se ufana de ser una «gran burguesa [3]» en respuesta a acusaciones similares. Los autodenominados comunistas, por otra parte, andan también por ahí, en alianza grande con la Gran Burguesa. Los trotskistas, en cambio, entre rotos y mal cosidos, se reunifican para conseguir presencia parlamentaria con el FIT, frente con el que pretenden combatir al capitalismo desde adentro de lo que ellos mismos denuncian como las instituciones, viciadas de origen, de una falsa democracia. Cada cual juega su juego y cumple en representar su propio papel en la comedia del arte de la representación política.

En medio de todo este disparate, distintos sectores, aparentemente contrarios entre sí, promueven la discusión por el ingreso universal. Entre ellos el Vaticano, invocando a la más característica concepción de comunidad de la tradición católica:

«El IBU [ingreso básico universal] puede redefinir las relaciones en el mercado laboral […] Políticas como el IBU también pueden ayudar a las personas a combinar tiempo dedicado a trabajo remunerado con tiempo para la comunidad. [4]»

Esta visión de comunidad trae indirectamente un signo del verdadero conflicto. El falso dilema acerca del ingreso universal se resume en la discusión, por sí o por no, de su implementación bajo la forma que sea. Es un falso dilema porque la principal discusión acerca de la implementación de un ingreso universal no es por sí o por no, sino por cuándo y por cómo. Todo indica que es un paso ineludible porque es la única herramienta viable, hasta ahora, para mantener la continuidad del capitalismo amenazado por su propia productividad. La figura con la que se implemente ese ingreso universal y los detalles de esa implementación no es que sean insignificantes, pero son secundarios. De hecho, el régimen de subsidios y planes sociales de ahora ya cumple en gran medida esa función, y no tiene chance de desaparecer si no es mutando en alguna implementación universal del ingreso. La fanfarria massista de convertir los planes en salario tiene por horizonte lo que duren las estructuras cada vez más obsoletas de un industrialismo fordista.

De modo que la discusión de fondo que se está llevando a cabo es quién se queda con el rédito político de poner en marcha algún IBU, y en qué contexto macroeconómico se inscribiría, prestando especial atención a las relaciones internacionales que se dinamizan por una renovación del conflicto en dos bloques y que hoy toma una visibilidad amenazante con la guerra en Ucrania y la tensión en Taiwán.

Esta discusión de fondo conecta con el signo lanzado desde el Vaticano y que indica que hay algo del concepto profundo de la sociedad que está en debate, aunque ese debate quede enmascarado por los fuegos de artificio de la representación. Cuando el discurso papal hace referencia a una dimensión comunitaria de la actividad económica que se desconecta de las relaciones de empleo se abre un impasse. ¿Qué alcance tiene esa comunidad? ¿Es una figuración retórica vacía o es un modelo de coexistencia pacífica entre una sociabilidad precapitalista local y un capitalismo global hiperproductivo?

Cuando se establece que la economía popular vino para quedarse, se da un indicio claro de que hay una cuestión de fondo que es más densa que la discusión acerca de quién le pone la firma al proyecto del ingreso universal. Ese trasfondo implica tensiones económicas y políticas en la redefinición de las relaciones sociales ante las nuevas condiciones de producción del sistema capitalista.

El núcleo del problema

Desde fines del siglo XVIII se produjo una transformación económica muy profunda en Europa occidental y luego se extendió por todo el mundo. Es lo que se menciona habitualmente como la Revolución Industrial, y consiste en una transformación profunda del sistema productivo en virtud de sus propias invenciones tecnológicas. Aquella transformación inauguró los nuevos tiempos de la industria urbana, es decir, de un modelo fabril en el que el mecanismo automático, la máquina, entra por primera vez en la escena productiva reemplazando la mano de obra y multiplicando la productividad de los antiguos talleres, impactando en las relaciones sociales de los flujos productivos manufactureros. 

Hasta ese momento la participación de mecanismos en la industria era muy menor y, tratándose de mecanismos muy rústicos y aún no automáticos, el aumento de productividad no lograba transformar tan radicalmente las relaciones sociales. Para ilustrar el asunto basta observar que los telares automatizados aparecidos en Inglaterra a fines del siglo XVIII produjeron una transformación infinitamente más trascendente que la rueca, la última incorporación tecnológica de la industria textil hasta ese momento, aparecida en Europa posiblemente unos 800 años antes, y, posiblemente, unos 2000 años después de haberse inventado.

Si el aumento de la productividad es acaparado sistemáticamente por un sector minoritario de la sociedad, la capacidad de consumo es concentrada también de forma sistemática. La actividad productiva depende de la comercialización del producto y para eso es preciso que haya una sociedad con cierta capacidad de consumo. El núcleo del conflicto actual no es distinto al conflicto intrínseco del capitalismo: en virtud de la concentración de la riqueza y del aumento sistemático de la productividad, el capitalismo destruye su propia actividad.

El ingreso básico universal es un mecanismo para que el Estado intervenga en el mercado en defensa de la acumulación capitalista, preservando al capitalismo de su tendencia autodestructiva. Es lo que siempre se ha esperado del Estado moderno: garantizar las condiciones de la actividad económica. El truco de magia, en forma de implicación tácita, consiste en identificar cualquier actividad económica con capitalismo.

Esto no es algo que estemos descubriendo ahora, sino el argumento principal por el cual los analistas, teóricos y funcionarios del propio capitalismo promueven el Ingreso Básico Universal. Como botón de muestra sirva la referencia de Eduardo Levy Yeyati, ex economista del Banco Central del gobierno de Duhalde, y asesor de la jefatura de Gabinete de la Nación del gobierno macrista, quien decía en 2016 [5], cuando promocionaba el IBU:

«Si una máquina puede hacer por 5 pesos lo que yo puedo hacer por 10, a mí me quedan dos opciones: o trabajo por 5 pesos, es decir, por la mitad del ingreso, o le dejo mi trabajo a la máquina. Esto implica que, librado a su propia dinámica, el progreso tecnológico genera una abundancia mal repartida.»

Nótese, una vez más, que aquí progreso tecnológico significa capitalismo.

La Paz social y el capitalismo subsidiado

La comprensión de la importancia de financiar la demanda agregada de los sectores más expoliados de la sociedad para “tener la fiesta en paz” es transversal a todos los sectores de la representación política. Una muestra de ello es la perspectiva del Consejo Económico y Social en la dirección de vincular la asignación universal por hijo con estrategias de desarrollo tecnológico en el marco general de un direccionamiento de la actividad productiva local hacia las industrias del conocimiento, es decir, en el desarrollo de servicios tecnológico-culturales. En palabras de Gustavo Béliz [6], es necesario vincular la asignación universal por hijo con los saberes tecnológicos, y «reformularla y potenciarla como un embrión de un ingreso básico universal, que también comienza a discutirse en todo el mundo».

Mientras escribo estas líneas la crisis política auto-infligida por el Frente de Todos eyectó del gobierno a Gustavo Béliz, que se despidió con un cálido “Dios los Guarde”. La salida de Béliz, directamente ligada con la toma del poder de Sergio Massa, abre un interrogante en relación al futuro mediato de las relaciones de Argentina con Estados Unidos, dado que ambas figuras representan sendas líneas directas con ese país. Lo que no tiene Sergio Massa es la relación de pertenencia de Béliz con el Vaticano, ni los mismos vínculos con el Banco Interamericano de Desarrollo.

Mientras sigo escribiendo estas líneas, Massa anuncia su “Puente al Empleo” que no es otra cosa que una reasignación de los planes sociales a través de un subsidio a los empleadores. En otras palabras, en vez de otorgar el plan a un trabajador desempleado, se lo otorga a un empresario, con la condición de que contrate a alguien. Página 12 [7] lo vende así:

«El programa supone beneficios para las y los trabajadores y beneficios para las y los empleadores. En el caso de las personas que hicieron el “puente” al empleo formal, estas podrán sostener durante un año la “estabilidad” del plan y, transcurrido ese tiempo, tendrán la posibilidad de decidir si mantienen el programa social u optan por el trabajo formal (con los beneficios que eso implica, como obra social, ART, aportes jubilatorios, etc). En el caso de los empleadores, estos tendrán garantizado que el Estado se hará cargo de un parte del salario (el monto del plan) y, a su vez, cuentan con que tendrán bonificados los aportes y las contribuciones patronales, ya que solo deberán pagar la obra social, la ART y el aporte al sindicato. Esto último es una diferencia con el proyecto original que Massa había presentado en la Cámara de Diputados, el cual eliminaba en un 100 por ciento las contribuciones patronales.»

En la entrevista a Yeyati citada como epígrafe de este texto, el economista explica dos modelos para el IBU:

«Hay por lo menos dos. El más tradicional, el de gente como Milton Friedman por ejemplo, propone pagarle al trabajador que gana poco o nada y cobrarle impuestos al que trabaja mucho. A esto, Friedman lo llamaba un “impuesto al ingreso negativo”, en el sentido de que si no ganabas nada, el impuesto era negativo, te pagaban. Es un impuesto altamente progresivo. El otro extremo está en la versión denominada de “salario complementario”, en un escenario en el cual todos trabajamos 20 horas en vez de 40 y las 20 restantes las paga el Estado. Podés trabajar menos y cobrás lo mismo. Es la reducción de la jornada laboral pero sin perder ingreso.»

La proposición de Massa pareciera acercarse al segundo modelo, con la particularidad de que no se habla de la reducción necesaria de la jornada laboral. Es un subsidio directo al empresariado.

Subsidiar a los capitalistas a cambio de aumentar el empleo es una estrategia muy parecida a la del derrame. Si a los de arriba les va bien, los de abajo también se verán beneficiados, nos dicen. Si esto fuera así estaríamos todos bailando de la mano, porque los de arriba se la están llevando con pala. Pero los de abajo nos hundimos en el pozo que dejan.

Con Béliz o sin Béliz, sea Massa o Fernández, con Cristina o con Macri, de la mano de Pérsico o Grabois, el ingreso básico universal viste al capitalismo con piel de cordero. 

Capitalismo y guerra fría

En la guerra fría del siglo XXI la mascarada ideológica está completamente devaluada. No se la cree nadie. No es la lucha del bien contra el mal, sino de unos contra otros sin que resulte muy sencillo distinguir cuáles son unos y cuáles son otros. No es que haya dos demonios, sino que hay uno solo con dos caras. Hoy por hoy hay una guerra en curso que de fría no tiene nada, como nada tuvo de fría la Guerra Fría del siglo pasado.

Este contexto opone dos modelos en pugna por el control económico de Latinoamérica que distribuyen lealtades al interior de los sectores políticos locales. La lucha por el poder en la región se apoya sobre el respaldo de bloques que a nivel internacional administran apoyos y componen alianzas.

El debate hipertrofiado local no está trabado en grandes diferencias de perspectivas macroeconómicas ni proyectos políticos antagónicos. Se discute, más bien, cuál de los bloques acabará ocupando el sitio estratégico de las hegemonías regionales, obteniendo así los beneficios económicos que la región ofrece en el contexto mundial, que van desde el litio hasta la carne, pasando por la soja, el trigo y, quién sabe, el agua. Las cosas se pueden hacer bien o se pueden hacer mal, pero no hay veinte opciones.

Toda esa cháchara acerca de que la crisis la paguen los ricos es verso porque nadie que esté en condiciones de tomar una decisión así lo haría ni siquiera por error. Nadie discute, ni por asomo, una transformación radical del sistema económico capaz de revertir verdaderamente la injusta concentración del costo en unos y del beneficio en otros, es decir, la abolición del capitalismo. Nadie. Cualquier discurso que hable de defender al capitalismo es también un chamuyo, porque no hay nadie que lo ataque.

Cualquier proyecto más o menos improvisado de desarrollo económico local se cifra con esta clave. La recomposición de la relación solidaria entre Estado y Empresa, con la figura de un ingreso universal, es una estrategia conciliatoria para que el desarrollo económico capitalista obtenga su primera condición de posibilidad que es la paz social. Es una tercera posición del siglo XXI ante la remanida dualidad entre un capitalismo democrático liberal, focalizado en la empresa, y un capitalismo estatista, focalizado en la planificación central y la regulación política. El IBU es una solución de compromiso que ubica al Estado como un asistente contable del mundo empresarial que, además de controlar política y simbólicamente a la población en la aceptación pacífica de su condición económica, organiza el financiamiento de la demanda agregada de los sectores populares que quedan por fuera del empleo tradicional, al tiempo que organiza la reestructuración de las relaciones económicas saliendo, progresivamente, del empleo.

¿Capitalismo sin empleo?

Vivimos cotidianamente en la naturalización de la relación de empleo como miembros involuntarios de una clase obrera que depende para vivir de la retribución que logre conseguir por su trabajo. Sin embargo el empleo, como referencia general de la actividad económica de la clase obrera, está cediendo progresivamente a formas más “fluidas” de contratación. Esta precarización que vemos prosperar a paso lento pero firme (y no tan lento) implica la pérdida de derechos. Pero, ¿de qué derechos?

Los trabajadores tenemos derechos, sí. Estos derechos están definidos en la legislación laboral y expresan lo que se ha conseguido negociar con el Estado a cambio de la paz social. El derecho laboral es el precio que los capitalistas han tenido que pagar para que el sistema económico no estalle por los aires, pero es el precio que pagamos nosotros por mantener vivo un sistema de expoliación que nos reserva el peor papel en el reparto de costos y riquezas. Si los capitalistas han aceptado pagar ese precio es porque lo que prometía ser una revolución social acabó siendo una conciliación de clases.

Actualmente el derecho laboral colisiona con una matriz productiva que habilita una amplísima prescindencia de la mano de obra en comparación con el siglo pasado. Esto facilita la evasión de la ley por parte de los empleadores y violenta el conjunto de derechos que el mismo Estado ha concedido a la clase obrera. Y es que la ley no sirve de nada si no existe la fuerza de hacerla cumplir. Y, si acaso existiera esa fuerza, ¿para qué sirve la ley?

La clase obrera delegó en el Estado la lucha por sus propias reivindicaciones como consecuencia de diversas derrotas en la confrontación, pero también como consecuencia de haberse volcado masivamente a la vía política para encausar las reivindicaciones a través de la representación. Hoy vemos cómo aquél camino que los verdugos de la lucha obrera prometían como la salvación del pueblo, acabó siendo la subordinación de la fuerza colectiva bajo la conducción de la tutela política.

Como resultado tenemos un sindicalismo imposible, obturado por organizaciones patronales que controlan los gremios más fuertes de la industria. Este sindicalismo corporativo, inundado de intereses propios, y ajenos a la clase que dicen representar, cuando no es cómplice de las degradación del derecho laboral es impotente para enfrentar las nuevas condiciones del sistema productivo.

En el siglo XX a los trabajadores nos incluyeron en la institucionalidad pública con el derecho laboral. Una gran parte de los incluidos nos volvimos estructuralmente pobres, y ahora, en el siglo XXI, nos prometen incluirnos de nuevo con el Ingreso Básico Universal. La primera inclusión nos mentía con el progreso económico. Esta segunda inclusión nos miente con la supervivencia nomás, nos promete que seremos pobres por siempre, pero que no nos moriremos de hambre o de frío o de desesperación.

Lo común del comunismo

Cuando el discurso del “Papa peronista” señala una distancia entre la composición del ingreso y la actividad económica comunitaria, abre un registro sobre un aspecto de la vida social que toma distancia del modelo individualista del liberalismo. Este es el verdadero territorio en el que se juega algo más significativo en el fondo.

El Vaticano parece estar proponiendo los dos: liberalismo económico para los ricos y comunismo (centralista y cristiano) para los pobres. Como si se pudiera partir la humanidad en dos y de la igualdad escribir en piedra que algunos son más iguales que otros; como si el comunismo fuera una técnica administrativa o un recurso de diseño para la gestión social.

Si la justicia es dar a cada quien lo suyo, lo que nos queda es una suerte de reparto identitario. A cada identidad le corresponderá una cosa o una cantidad. Cada identidad tendrá su sitio en el mundo. Todo lo que resta es distribuir esos lugares con políticas inclusivas y compensar los desajustes a través de un sistema judicial, “administrador de justicia”. Si naciste pobre, tu lugar es la pobreza, y tendrás en compensación el derecho de ser dignamente subsidiado por el Estado. Si naciste rico deberás pagar impuestos, pero podrás hacer del mundo lo que se te cante, y tendrás siempre el derecho de apropiarte de todo lo que sepas conseguir.

Esta distopía paranoide lamentablemente no es delirante. De hecho, no es muy distinta a la situación actual. Sólo cambia la resignación estructural a cambio de un Ingreso Básico Universal.

¿Cómo contestar, entonces, semejante ignominia? Sin un Ingreso Básico Universal, lo que nos queda es lo mismo sin siquiera ese ingreso miserable. Si lo que nos queda es la rebelión a grito de Grabois, el destino sería simplemente un arrebato violento en el que la “sangre en la calle” [8] la pondrán no tanto los abogados progresistas desclasados, sino los trabajadores desempleados, los pobres y los activistas de a pie. No hay nada nuevo ahí. Si la rebelión tiene por consigna conseguir financiamiento para la pobreza estructural, no tiene chance ninguna de transformar nada.

Estos impostados gritos de rabia expresan que lo comunitario está dicho en lengua burguesa. Nadie habla de revolución aquí. La conquista de máxima es equivalente a tener la fiesta en paz. 

Como contraparte, tenemos la figura descripta por Yeyati, cuando dice “me quedan dos opciones: o trabajo por la mitad del ingreso, o le dejo mi trabajo a la máquina”. De transformar la sociedad, ni una palabra. Eso no es una opción. Es un terraplanismo económico en el que no hay nada por fuera del Capitalismo, sólo tortugas gigantes que sostienen el mundo. 

A contramano de estas puestas en escena de Gatopardismo impune, debemos concebir una justicia ligada con el principio de igualdad, contrario a la representación identitaria. De esta verdad es heredero el comunismo. Lo común del comunismo no aparece en la distribución de a cada quien lo suyo, sino en la distribución real del esfuerzo y del producto. No puede haber comunismo y capitalismo al mismo tiempo, porque no se puede repartir y no repartir al mismo tiempo la misma cosa. Estamos discutiendo acerca de la distribución de la riqueza, no de la parte que le toque a los pobres; de la distribución del esfuerzo, no de la parte que le toque a los trabajadores.

Lo común del comunismo es un reflejo de la igualdad. De todos según su capacidad, a cada uno según su necesidad. Esto impone, de arranque nomás, la abolición de la propiedad privada y, por lo tanto, de la renta, en sentido amplio. Siempre que haya apropiación del producto del esfuerzo común habrá injusticia. El núcleo de la rebelión debe ser la abolición de la propiedad, y no el aumento del ingreso. El aumento del ingreso será reflejo de la distribución de la riqueza en función de la necesidad, e implica la reducción del ingreso de los apropiadores, los insaciables fagocitadores de todo que abrazan fortunas inimaginables a costa del hambre de los otros.

La propiedad es una institución del derecho que habilita la restricción de un uso necesario. Es la restricción que permite que alguien que no necesita un bien pueda prohibir su uso a alguien que sí lo necesita. De no ser así, el uso estaría habilitado por la necesidad, o incluso por la posesión, pero no por la propiedad. El derecho de propiedad entra en juego cuando ni la posesión ni la necesidad lo hacen.

La relación del comunismo con la abolición de la propiedad es necesaria. Y no se trata de distinguir entre propiedad privada o propiedad común, porque, en definitiva, el efecto real es el mismo. Una economía comunista es aquella que avanza hacia una sociedad igualitaria estableciendo que ambas distribuciones, la del esfuerzo productivo y la del producto o riqueza, estén desconectadas entre sí, en el sentido de que cada cual se refiera a su propia condición, a saber, la capacidad y la necesidad, respectivamente. No hay retribución: el sentido de la tarea es el producto.

La actividad productiva y, por lo tanto, la riqueza, es eminentemente colectiva. El hecho de que las labores productivas organizadas producen siempre un beneficio adicional respecto a las mismas tareas desorganizadas, hace que el trabajo común sea siempre más productivo que el trabajo individual. En otras palabras, la actividad económica justificaría por sí misma el hecho social.

Visto desde otro ángulo, es imposible concebir una tarea actual que no dependa de un capital, una infraestructura y un saber que no son creados en la misma tarea ni por los mismos trabajadores, sino que corresponden a la historia misma de la sociedad y la cultura, a generaciones anteriores de trabajadores creando los recursos que ahora se disponen. 

«Hubo un tiempo en que una familia de campesinos podía considerar el trigo que cultivaba y las vestimentas de lana tejidas en casa como productos de su propio trabajo. Aun entonces, esta creencia no era del todo correcta. Había caminos y puentes hechos en común, pantanos desecados por un trabajo colectivo y pastos comunes cercados por setos que todos costeaban. Una mejora en las formas de tejer o en el modo de teñir los tejidos aprovechaba a todos; en aquella época, una familia campesina tampoco podía vivir sino a condición de encontrar apoyo en la ciudad, en el municipio.» (Kropotkin, la conquista del pan)

La dimensión común de la actividad económica es en sí misma la dimensión social de la experiencia humana. No se trata de la sumatoria de múltiples individuos, sino precisamente de una dimensión distinta, como el volumen que resulta del encuentro de dos o más planos. No es que los planos ya no existan, sino que existe también un volumen en el que se los comprende inscriptos.

Lo común de la experiencia humana no refiere a un grupo de características compartidas por un grupo de personas, sino a la dimensión en la que es posible el hecho social entre ellas. Es precisamente por eso que lo común del comunismo no es una identidad, sino lo universal de la condición existencial humana en la dimensión colectiva. Por eso es que la igualdad es un principio: no resulta de nada, no es un efecto, sino el sitio en el cual lo humano es anterior a cualquier identidad. No hay unos más iguales que otros.

Organización

Cuando se insiste una y otra vez en la urgencia de la organización obrera no se trata de llamar románticamente a una legión justiciera capaz de enfrentarse como tal a las tropas del mal. Se trata de la sensatez más inmediata que tiene y ha tenido la humanidad. Cuando una situación se vuelve crítica, el reflejo espontáneo del ser humano es la asociación, la solidaridad. Es cierto que el egoísmo también brota ante la crisis, pero los resultados siempre son peores para todos.

Resulta tan urgente la recuperación de un sindicalismo clasista y revolucionario, como reconfigurar el alcance que le debamos dar a estos dos conceptos. El sindicalismo es urgente, pero no puede limitarse a la reacción del empleo contra la flexibilización, sino que debe tomar la iniciativa en la configuración de las nuevas relaciones económicas y debe, por lo tanto, alzar la vista hacia el comunismo anárquico.

Hay una épica, no obstante, que haríamos bien en desactivar. Lo que necesitamos no es la romantización arcaica de una estética combativa y una radicalidad dogmática. Necesitamos, más bien, cierta claridad en las ideas y en las herramientas que den a la organización de la clase obrera la potencia necesaria para tomar la iniciativa en la organización social ante las nuevas condiciones económicas.

La recuperación del activismo sindical deberá venir de la mano de la investigación de nuevas estrategias de asociatividad que estén a la altura de las distintas situaciones que enfrenta la clase obrera ante la crisis actual de productividad que atraviesa el capitalismo mundial. Es preciso que la organización obrera retome la lucha sindical junto con la reconfiguración del cooperativismo en nuevos vehículos de asociatividad sin patrón a pequeña y mediana escala, junto con la promoción de la producción local comunitaria, abriendo brechas en la actividad económica a distancia de la actividad concentrada y de las grandes empresas de alimentos y servicios.

El núcleo de sentido de la organización obrera es la defensa de los intereses de la clase. Y el principal interés de la clase obrera es la abolición de la sociedad de clases. Todos los caminos que la clase obrera pueda recorrer en la defensa de sus intereses confluyen con la transformación profunda de la sociedad en la dirección del comunismo anárquico. Así como a principios del siglo XIX la transformación de la matriz productiva empujó a los trabajadores a transformar sus organizaciones en la conformación del sindicalismo moderno, las nuevas condiciones harán que el sindicalismo también se transforme para poder responder a los nuevos tiempos.

Cuando miramos la coyuntura, las condiciones inmediatas y las noticias cotidianas, la dimensión histórica parece absurda. Y cuando miramos la historia, con sus tiempos de décadas y siglos, todo parece inmenso y lejano. Pero el diablo habita en las pequeñas cosas. Cuando se recorre un territorio desconocido hay que llevar la cuenta de los pasos, trazar la dirección y avanzar sin distracciones. Levantar la cabeza de vez en cuando y cotejar. De lo contrario se perderá el camino. Inexorablemente.

[1] https://www.infobae.com/def/desarrollo/2018/02/17/ingreso-basico-universal-cobrar-solo-por-nacer/
[2] Ingreso universal, salario universal, complemento universal del salario, o como sea que se mencione la idea fundamental de subsidiar desde el Estado a los sectores más gravemente expoliados de la sociedad.
[3] https://www.youtube.com/watch?v=U73EgU3k_O8
[4] Soñemos Juntos, el camino hacia un futuro mejor. Jorge Mario Bergoglio, Austen Ivereigh – Plaza Janés, 2020 – p. 137
[5] Charla TEDx, publicada en Youtube el 17 nov 2016 https://youtu.be/HNKeQ1MlAqA
[6] Perspectivas en torno a la cuarta revolución industria (2021): https://www.youtube.com/watch?v=acSMep001CU
[7] https://www.pagina12.com.ar/474859-como-sera-el-puente-al-empleo-la-iniciativa-para-transformar
[8] “Estamos dispuestos a dejar nuestra sangre en la calle”, dijo Juan Grabois en una marcha en reclamo por el ingreso universal, el 20 de julio de 2022.
Hernán Mancuso
Categoría: Análisis
Publicado el