En el mundo todo tiene su pro y su contra; su anverso y reverso; contra el odio hay el amor, contra el egoísmo el altruismo y Contra la indiferencia la solidaridad.
Hay hombres solidarios únicamente de nombre y otros verdaderamente de hecho.
Hay quienes reducen la solidaridad a los estrechos límites del hogar doméstico y quienes la hacen extensiva a la humanidad entera. El contraste entre unos y otros es grande y la diferencia enorme. La solidaridad no está escrita en los códigos que pueden vulnerarse impunemente, está indeleblemente impresa en todos los seres vivos, los que hallan su recompensa en la acción solidaria que practican hallando así mismo el castigo cuando olvidan esta misma acción.
Sin la solidaridad la laboriosa hormiga no llenaría sus graneros, la abeja no fabricaría su miel y el genio del hombre no se plasmaría en obras de arte y construcciones maravillosas, orgullo del progreso.
La práctica de la solidaridad en los fines altamente humanos, vuelven a los hombres buenos y los prepara para las grandes empresas presentes y futuras. Allí donde hay solidaridad no caben el egoísmo ni el rencor, verdaderas enfermedades del alma que debilitan y matan a los que no pueden librarse de ellas. Hemos vivido hechos palpables que nos han demostrado cuan útil y necesaria es la solidaridad. Un hombre atropellado por otro hombre ha dejado de serlo tan pronto se le ha prestado la oportuna ayuda. En la fábrica o taller tenemos múltiples casos que atestiguan este aserto.
Cuando la ausencia de solidaridad se hace sentir entre los trabajadores, el patrón abusa, mientras que con la presencia de ella el respeto es para todos. Esto puede comprobarse a cualquier hora y momento.
¿Qué concento tendríamos de aquellos individuos que impasibles presenciaran un naufragio? ¿Y de aquellos que ante un incendio no hicieran el menor esfuerzo para extinguirlo sabiendo que hay vidas humanas en peligro? Merecerían justamente la condenación unánime, aunque dudamos que ante tragedias como estas haya quien no se conmueva. Este sentimiento tan bueno, quizá el mejor de los que radican en el corazón humano tiene sus enemigos como el fruto sabroso tiene sus parásitos que lo deterioran. Unos se oponen a su realización, otros lo reclaman pudiendo prescindir de él, ambos merecen el universal desprecio.
Loa trabajadores no debemos confundir nunca la solidaridad que es dignidad, fuerza y vida, con la caridad hipócrita y denigrante de los potentados.
Caridad es la negación rotunda de la libertad a satisfacer nuestras necesidades materiales y morales, mientras que la solidaridad es la posibilidad cierta y verdadera de satisfacerlas. A la moral del odio y del fratricidio que nos inoculan para que nos convirtamos en viles y despreciables seres, indispensablemente debemos oponer la bienhechora y humana solidaridad en todos los casos que nos sean dables, para con aquellos no importa quienes, que la necesiten y de ella son merecedores. Obrando así no cabe duda que además del bien que hallaríamos por la práctica del bien mismo, representaríamos una fuerza, en el presente utilizable para la plasmación del ideal de una sociedad más justa. Que ¡Solidaridad: no sea una simple palabra sino un hecho palpable, real, es lo que debemos procurar siempre, todos los hombres y mujeres que de la vida tenemos un elevado y humano concepto.
RENACER Órgano de la Sociedad de resistencia de obreros mozos y anexos de la capital Año 1 N°3 Diciembre 1924