Que el fútbol es usado para manipular a la población no es novedad. No entiendo qué nos extraña. Basta recordar que vivimos en el capitalismo y todo lo que él mismo toca termina convirtiéndose en un negocio casi imparable.
En estas fechas nos encontramos siempre con dos perfiles: quienes critican al fútbol por manipular masas y quienes justifican todo constantemente sin pensar en las causas y consecuencias sociales del mismo. Estos dos posicionamientos con sus razones lógicas deben aprender a dialogar. No porque considere necesario el punto medio como una estrategia de nada, simplemente porque uno y otro se enriquecerían mutuamente. No podemos quedarnos simplemente en críticas dogmáticas ni tampoco aceptar todo por ser expresión popular. Terminamos siempre en un nicho o sentándonos en la mesa apaciblemente con el enemigo.
Esta discusión no es nueva y se ha arrastrado en el sindicalismo revolucionario, el anarquismo y otros sectores ideológicos a lo largo de los años. Entrando ya en el análisis de esas expresiones ociosas de la clase obrera, el escritor Porrini parte de tres ámbitos de sociabilidad que aún hoy se antojan como instituciones sociales de primer orden: el fútbol, el carnaval y los boliches o tabernas (…).
El fútbol, cuyo origen en Argentina se remonta a su práctica en los colegios ingleses, fue adoptado rápidamente como recreación de los jóvenes de los sectores populares. Lejos de la impronta civilizatoria que los colegios ingleses perseguían con su inclusión en la currícula escolar, la apropiación popular de la práctica futbolística impuso nuevos sentidos a este proceso. Julio Frydenberg sostiene que el fútbol, a través de la conformación de equipos y la creación de pequeñas ligas, constituyó un espacio importante de sociabilidad masculina, donde además se construía una identidad en torno a un modo “criollo” de practicar el deporte. La ubicación de las canchas también propició una identificación con el barrio donde estaba situado el equipo, permitiendo que el interés trascendiera a los jugadores. Este proceso, que a lo largo de veinte años fue jerarquizando ligas y equipos, aunque no fue homogéneo desde lo institucional, conformó hacia la década de 1920 una escena de competencias deportivas que reunía miles de espectadores cada fin de semana. Un papel importante en este proceso, lo habrían jugado los medios gráficos que, al utilizar la información del fútbol como estrategia de ventas, se preocuparon por generar un mayor interés en torno al resultado y las diferentes circunstancias de los partidos. [1]
Su aceptación por el anarquismo o la izquierda no fue inmediata; durante las dos primeras décadas censuraron su práctica por el uso comercial y chauvinista que hacía de él la burguesía. El fútbol era considerado uno de los opios del pueblo. A pesar de esto, no dejaron de formarse clubs barriales estrechamente vinculados a posiciones socialistas, anarquistas o comunistas. Al principio la prensa ideológica se horrorizó al ver que los domingos sus picnics se vaciaban por la gran cantidad de trabajadores que se iban a jugar a la pelota. No tardaron en comprar al fútbol con una religión y tampoco tardaron en retroceder en estos posicionamientos. El tiempo de ocio constituye también una forma de expresión necesaria para sobrevivir. Fue por todo esto que hubo un replanteamiento en el seno de las ideas para comenzar a hablar sobre el fútbol como un elemento deportivo imprescindible para “elevar material y moralmente al pueblo” que tenía por finalidad que esta elevación hiciera del pueblo el protagonista de una sociedad futura. A corto plazo, la densa red de bibliotecas populares y centros partidarios tenía como objetivo ampliar la base social de los sindicatos, organizaciones sociales o partidos. Independiente de Avellaneda, Newell ‘s Old Boys, Argentinos Juniors o El Porvenir fueron algunos de los clubes que aún persisten llevando en su seno de luchas ácratas y socialistas. Ni lento ni perezoso, el oportunismo político de las instituciones estatales por sobre otras esferas de acción política, hizo también que esta densa red de instituciones cumpliera un rol protagónico durante las campañas municipales, provinciales y nacionales, conformando “una aceitada maquinaria electoral”.
No sólo el fútbol llegó a ser calificado de anti revolucionario sino que expresiones populares como el carnaval también se vieron afectadas. De este último se podían leer cosas como “la fiesta implicaba malgastar las energías en vez de aplicarlas en la utopía revolucionaria […] Los pobres se reían mientras eran el triste espectáculo de los ricos” (Porrini, 2019: 139). Pero para otrxs el carnaval era un “rito de inversión”, un espacio-tiempo de subversión capaz de performar un orden social antagónico. Los Huelguistas, Burgueses y proletarios, Conciencias y estómagos, Mi patria es el mundo entero, fueron algunos de los conjuntos carnavalescos ácratas que durante la primera década del siglo XX enfrentaron, por ejemplo, en las calles de Montevideo el discurso moral que la prensa socialista y anarquista pregonaba con vehemencia: “La tradicional farsa se avecina; el día de los imbéciles se acerca”, se podía leer en las páginas de una publicación anarquista. El tono de la propaganda roja no difería mucho a pesar incluso de existir algunas murgas abiertamente comunistas. [2]
Elegir un estilo, un color, lo que sea que le dé un valor simbólico a una actividad basada en reunirse va más allá de las creencias particulares. Es un compartir. Es una celebración colectiva. Decir que el fútbol emboba a las masas es minimizar no solo a nuestra clase sino también nuestro activismo político. Un encuentro mundial que se realiza cada cuatro años y dura solo un mes claramente no es ninguna fuente de ceguera social.
Es una crítica fácil decir que distrae a las masas de los problemas. Es reduccionista. Los problemas graves siguen estando, los problemas estructurales permanecen encima nuestro y si no hacemos nada durante cuatro años la verdad que no agrava el problema.
No podemos negar la manipulación de masas. Pero es culpa de los poderosos que nos colocan en ese lugar ¿Por qué señalar a quienes necesitan ese momento de compartir y de ocio y no a quienes manipulan la situación para enriquecerse? Siempre eligen momentos para aplastarnos y el problema es la falta de organización que tenemos para enfrentarlas. Si no hicimos nada en todo ese tiempo con qué tupé le exigimos a la clase obrera, a “los bobos” como señalan algunxs puristas que hagan algo ¿Nosotrxs qué hacemos?
Hoy más que nunca espero que este texto sea un llamado al hacer. A habitar la incomodidad de los grises y dejar de ser ajenxs a lo que pasa socialmente porque creemos mal que nuestras ideas son estar en contra de todo constantemente.
No olvidemos que el ocio es algo por lo que luchamos y no podemos quejarnos porque la masa no actúa con la pureza que quisiéramos. Acá lo que hay que denunciar es la manipulación de la identidad futbolera con identidad patriótica, el comercio que se hace en torno al deporte y el aprovechamiento político para exacerbar estas dos últimas.
Después de un día agotador y de la constante resignación a la que nos somete el capitalismo, el fútbol, como otras actividades de ocio, nos ayuda a levantarnos con otra fuerza. No hay que desmerecer las pocas cosas que nos hacen felices. Como dice un gran amigo y compañero “Che ¿Tenemos que estar amargades hasta que hagamos la revolución? Para mí no”. No creo compa.