¿Cuántas veces nos ha pasado en un lugar de trabajo el recibir maltrato o abuso por parte de la patronal?
¿Cuántas veces hemos tenido que soportar exigencias desmedidas o ridículas que cumplir para poder llevar el mango a casa y poder hacer una diferencia a fin de mes o simplemente poder pagar cuentas?
¿Cuántas veces tuvimos que “donar” más tiempo de nuestras vidas o dejar a nuestros seres queridos para simplemente “cumplir”? Como si se tratase de una inversión a futuro.
¿Alguna vez nos pusimos a pensar que ese “cumplir” fue lo último que hicieron miles de trabajadores y trabajadoras?
Absorbidos por la urgencia económica, la inflación, la precarización del trabajo, se nos pasa algo muy importante, al menos por momentos, y es que la vida se nos está yendo a cambio de muy poco.
La desigualdad existente entre unos pocos adinerados dueños de casi todo y la inmensa mayoría que anda a las corridas por llegar a fin de mes es la base de la humillación diaria a la que nos someten. Condición necesaria para explotarnos lo más que puedan para después echarnos de una patada a la calle.
La patronal nos necesita sumisos, obedientes… ¡sometidos! Pero sobre todo, ¡desorganizados! De lo contrario, no podrían hacer cumplir sus órdenes ni conseguir apropiarse del fruto de nuestro esfuerzo y trabajo ni desconocer las más básicas leyes laborales.
Cual señores feudales, creen tener el derecho de hacer con los trabajadores y trabajadoras lo que quieran. Desde gritarles y basurearles delante del resto de sus compañeros, negarles el derecho a la comida y al descanso, e incluso impedir o sancionar la charla entre compañeros de trabajo, hasta extorsionar a trabajadoras con despedirlas si no tenían relaciones sexuales con sus jefes, para luego humillarlas y denigrarlas viralizando fotos y videos; y así mil ejemplos más.
Bueno, pero existen sindicatos, se dirá. Es cierto que existen organizaciones sindicales, pero están en manos de burocracias cuya función es la de hacer de soporte de la explotación, de policía de las patronales, y por eso mucho no se espera de ellas. Un dirigente o delegado, que avala o minimiza el abuso que a diario vivimos, no merece estar donde está; pero un sindicato que no solo permite estas prácticas, sino que premia a quienes desde el sindicato colaboran con nuestro sometimiento, no puede llamarse sindicato y no tiene ningún derecho a invocar ninguna representación de los trabajadores.
Que no se malinterprete lo que digo. El sindicato fue, es y será nuestra mejor herramienta y arma para frustrar los planes de explotación y sometimiento, y puede ser el ariete que rompa los muros en los que nos pretenden encerrar y salir del laberinto en que nos metieron. Pero como cualquier herramienta, si deja de servir a los objetivos y al sentido con que se la creó, entonces no sirve como tal y toca reemplazarla por una nueva o por una mejor.
Las trabajadoras y trabajadores necesitamos tener sindicatos que respondan a nuestros intereses y necesidades, no simples gestores de campings o de algún paliativo a la explotación a la que somos condenados; ni profesionales del sindicalismo cómplice del empresariado vividor.
¡Compañeras y compañeros! ¡Pongámonos de pie!
¡YA BASTA DE EXTORSIÓN Y HUMILLACIÓN!